Es un hecho. La contaminación atmosférica afecta seriamente la salud y se evidencia de distintas maneras. Por ejemplo, la exposición a la contaminación atmosférica se asocia a la hiperactividad e inatención en adolescentes; reduce la esperanza de vida, acelera las muertes prematuras vinculadas con cáncer de pulmón o la enfermedad pulmonar obstructiva (EPOC), neumonía, entre otras enfermedades de las vías respiratorias.
Un incremento de solo 5 μg/m3 (5 microgramos por metro cúbico) en la concentración de PM10 (partículas contaminantes de un diámetro menor de 10 micras) da como resultado la pérdida de casi un año de vida en las personas que respiran el aire contaminado, según un estudio liderado por el ISGlobal de Barcelona.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), un 22% de las muertes prematuras anuales atribuibles a contaminación del aire interior causada por combustibles sólidos se producen por EPOC.
Un 6% de las muertes prematuras anuales atribuibles a contaminación del aire interior causada por combustibles sólidos se producen por cáncer de pulmón, y un 12% de las muertes prematuras anuales atribuibles a contaminación del aire interior causada por combustibles sólidos se producen por neumonías.
También, según la OMS, un 34% de las muertes prematuras anuales atribuibles a contaminación del aire causada por combustibles sólidos se producen por accidentes cerebrovasculares.
Por otra parte, infartos, arritmias y fallos congestivos cardíacos se incluyen en la lista de efectos de la contaminación.
Otros estudios indican que hay una asociación entre rendimiento cognitivo y exposición a niveles elevados de contaminantes asociados al tráfico.
El problema es que dichos estudios evalúan síndrome de déficit de atención (TDAH) y exposición a contaminantes en un sólo momento, y no a largo plazo. En todo caso, los resultados del estudio muestran que la hiperactividad/inatención en jóvenes de 15 años se asocia a la contaminación.
Según una investigación realizada con dos grupos de niños y jóvenes alemanes a lo largo de 15 años (desde el nacimiento hasta la adolescencia) la exposición a contaminantes atmosféricos se asoció a una mayor hiperactividad y déficit de atención.
El estudio fue el resultado de la colaboración entre ISGlobal y varios centros alemanes y fue sido publicado en la revista Environment International.
El objetivo del estudio fue investigar la asociación entre la exposición individual, a largo plazo, de contaminantes asociados al tráfico y la prevalencia de hiperactividad y déficit de atención en un total de 4.745 niños nacidos en áreas urbanas (Múnich y áreas colindantes) y rurales (Wesel y áreas vecinas).
Los autores usaron datos sobre la media anual de contaminantes atmosféricos como NO2, PM10 (partículas en suspensión de diámetro menor a 10 micras) y PM2.5 para el área de residencia de cada niño en tres momentos de su vida: su nacimiento, a los 10 y a los 15 años.
Las pruebas de déficit de atención/hiperactividad se realizaron a los 10 y a los 15 años.
Los resultados muestran que la hiperactividad/inatención en los niños de 15 años se asoció con la exposición a PM2.5 y humos negros (carbón) a los 10 y 15 años de edad.
Esta asociación se mantiene tras ajustar varios factores como la exposición pasiva al humo del tabaco y la proximidad a espacios verdes urbanos.
Sin embargo, subraya Elaine Fuertes, investigadora de ISGlobal y primera autora del estudio, “dado que los resultados dependen de cómo se clasifican los niños que se encontraban en valores límites de hiperactividad/inatención, estos resultados necesitan ser confirmados por otros estudios”.
Aunque se desconocen los mecanismos por los cuales la contaminación atmosférica puede afectar el desarrollo neurológico en los niños, se piensa que las partículas en suspensión pueden desencadenar una inflamación del sistema nervioso, como se ha observado en algunos modelos animales.
Dada la prevalencia de la contaminación atmosférica a nivel global, “es de vital importancia continuar estudiando los efectos de la misma sobre el desarrollo neurológico, ya que se trata de condiciones con un alto impacto social y de salud pública”, añadió la investigadora Elaine Fuertes.
Defunciones infantiles
De acuerdo con informes recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS), más de una cuarta parte de las defunciones de niños menores de cinco años son consecuencia de la contaminación ambiental.
Cada año, las condiciones insalubres del entorno, tales como la contaminación del aire en espacios cerrados y en el exterior, la exposición al humo de tabaco ajeno, la insalubridad del agua, la falta de saneamiento y la higiene inadecuada, causan la muerte de 1,7 millones de niños menores de cinco años.
En el primer informe, titulado La herencia de un mundo sostenible: Atlas sobre Salud Infantil y Medio Ambiente, se indica que una gran parte de las enfermedades que se encuentran entre las principales causas de muerte de los niños de un mes a 5 años —como las enfermedades diarreicas, el paludismo y las neumonías— pueden prevenirse mediante intervenciones que podrían reducir los riesgos ambientales, tales como el acceso al agua potable y el uso de combustibles menos contaminantes para cocinar.
La Dra. Margaret Chan, quien fuera Directora General de la OMS hasta junio de 2017, señaló que “la insalubridad del medio ambiente puede ser letal, especialmente para los niños pequeños, que son especialmente vulnerables a la contaminación del aire y el agua debido a que sus órganos y su sistema inmunitario se están desarrollando y a que todo su cuerpo, en especial sus vías respiratorias, es más pequeño".
La exposición a sustancias peligrosas en el embarazo también aumenta el riesgo de prematuridad.
Además, la contaminación del aire en espacios cerrados y en el exterior y la exposición al humo de tabaco ajeno aumenta el riesgo que corren los bebés y niños en edad preescolar de contraer neumonías en su infancia y enfermedades respiratorias crónicas (por ejemplo, asma) durante toda la vida.
La contaminación del aire también puede aumentar el riesgo de sufrir cardiopatías, accidentes cerebrovasculares y cáncer a lo largo del ciclo de vida.
De hecho, las cinco principales causas de muerte en los niños menores de cinco años guardan relación con el medio ambiente.
En el otro informe, titulado ¡No contamines mi futuro! El impacto de los factores medioambientales en la salud infantil, se ofrece un panorama general de las consecuencias de la contaminación del medio ambiente en la salud de los niños, aportando datos que ilustran la magnitud del problema. Cada año:
• 570 000 niños menores de cinco años fallecen como consecuencia de infecciones respiratorias (entre ellas las neumonías) causadas por la contaminación del aire en espacios cerrados y en el exterior y la exposición al humo de tabaco ajeno.
• 361 000 niños menores de cinco años fallecen a causa de enfermedades diarreicas debidas al acceso insuficiente a agua salubre, saneamiento e higiene.
• 270 000 niños fallecen en el transcurso del primer mes posterior al parto por diversas causas —entre ellas la prematuridad— que podrían prevenirse proporcionando acceso a agua potable y a instalaciones de saneamiento e higiene en los centros de salud, y reduciendo la contaminación del aire.
• 200 000 defunciones por paludismo de niños menores de cinco años podrían evitarse actuando sobre el medio ambiente, por ejemplo, reduciendo el número de criaderos de mosquitos o cubriendo los depósitos de agua.
• 200 000 niños menores de cinco años mueren a causa de lesiones o traumatismos involuntarios relacionados con el medio ambiente, como envenenamientos, caídas y ahogamientos.
La Dra. Maria Neira, Directora del Departamento de Salud Pública y Determinantes Medioambientales y Sociales de la Salud de la OMS, señala que "la contaminación del medio ambiente tiene un altísimo costo para la salud de nuestros hijos.
Toda inversión encaminada a eliminar los riesgos relacionados con el entorno, como la mejora de la calidad del agua o el empleo de combustibles menos contaminantes, reportará mejoras importantes para su salud".
Un ejemplo de riesgo emergente son los residuos eléctricos y electrónicos (por ejemplo, los teléfonos móviles usados) que, al no ser reciclados adecuadamente, exponen a los niños a toxinas que pueden afectar a sus aptitudes cognitivas y causar déficits de atención, lesiones pulmonares y cáncer.
Se ha estimado que, entre 2014 y 2018, los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos se incrementarán en un 19% y alcanzarán los 50 millones de toneladas.
Debido al cambio climático, están aumentando las temperaturas y las concentraciones de dióxido de carbono, factores que favorecen la producción de polen, que se ha asociado a un incremento de las tasas de asma en los niños.
En los hogares que no tienen acceso a servicios básicos, como el agua potable y el saneamiento, o en los que se respira el humo de combustibles contaminantes, como el carbón o el estiércol utilizados para la cocina y la calefacción, los niños corren un mayor riesgo de contraer enfermedades diarreicas y neumonías.
Los niños también están expuestos a productos químicos nocivos contenidos en los alimentos, el agua, el aire y otros productos de su entorno.
Los productos químicos, como los fluoruros, los plaguicidas que contienen plomo y mercurio, los contaminantes orgánicos persistentes y otras sustancias presentes en productos manufacturados pueden acabar entrando en la cadena alimentaria.
Asimismo, aunque la gasolina con plomo se ha eliminado casi por completo en todos los países, muchas pinturas contienen este metal y pueden afectar al desarrollo del cerebro.