LOVELAND, Colorado – El salón de belleza Blush Beauty Bar permaneció 48 días cerrado siguiendo las directrices de quedarse en casa para detener la pandemia de COVID-19.
Pero el martes 5 de mayo, el salón de esta ciudad de casi 80,000 habitantes, unos 50 minutos al norte de Denver, finalmente reabrió sus puertas. Y la clientela lo llenó en su primer día, y tiene todas las citas cubiertas hasta fin de mes.
Mientras Colorado plantea el reinicio de actividades, el personal de la peluquería, compuesto por tres personas, ha tenido que adaptarse a una nueva forma de trabajar.
A medida que las guarderías, los salones de tatuajes y las oficinas reabran, deberán ajustarse a las nuevas pautas del gobierno diseñadas para ayudar a la economía y evitar la posibilidad de que la pandemia recrudezca, todo sin asustar a los clientes.
De hecho, una encuesta realizada a finales de abril por Healthier Colorado y la Fundación de la Salud de Colorado encontró que el 64% de los habitantes del estado apoyan la política de quedarse en casa para frenar la propagación del coronavirus, incluso si eso significa que los negocios permanezcan cerrados.
Pero después de siete semanas de cuarentena, parece que la gente quiere cortarse el pelo desesperadamente.
Antes que el salón reabriera el martes, el personal reorganizó el interior, sacando los asientos de la sala de espera y desplazando el mostrador frontal a un lado, para que cada cliente esperara turno a seis pies de distancia en un lugar marcado con una cinta azul en forma de X.
Minutos antes de abrir, la estilista Diamond Herrera, de 22 años, y la recepcionista Desi Orr, de 19, probaron los termómetros de frente sin contacto mientras la propietaria, Mindy Bodley, de 40, repasaba con ellas los nuevos procedimientos.
A las 10 am, Orr salió para recibir a su primera clienta, Amy Eldridge, que había llamado desde su auto para anunciar su llegada. Orr usó el termómetro para confirmar que Eldridge no tenía fiebre, y luego comprobó si había traído una mascarilla. Los clientes también pueden comprar una de tela en el salí, por $10.
“¿Has estado enferma en los últimos 14 días?”, le preguntó Orr. “¿Has estado cerca de alguien que haya estado enfermo en los últimos 14 días? ¿Tienes algún síntoma parecido a la gripe?”
Al responder no a las tres preguntas, Eldridge pudo entrar. Pero Orr no comprobó que la puerta estuviera cerrada. Hay que acostumbrarse a los nuevos procedimientos: la puerta permanece con llave y no se permiten clientes sin cita previa.
Una vez dentro, se le pidió a Eldridge que se lavara las manos, antes de sentarse en la silla de cuero negro del salón, y se le dio una caja de plástico para que depositara su bolso y las llaves.
“¿Cómo va todo?”, le preguntó Bodley.
“¡Todo bien!” respondió Eldridge.
Y por un momento todo pareció normal. Había pedido cita hacía siete meses y ahora su cabello color miel le llegaba hasta la mitad de la espalda. Eldridge no se podía haber imaginado, el otoño pasado, que la peluquería cerraría durante siete semanas debido a un virus nunca antes visto que frenaría la economía de la nación y mantendría a la mayoría de la gente refugiada en casa… y desesperada por arreglarse el cabello.
“He trabajado desde casa durante 15 años, así que para mí esto no ha supuesto un gran cambio. Y sólo me corto el pelo dos veces al año”, dijo Eldridge. “Pero también estoy encantada de poder hacer mis citas”.
Eldrigde conoce a Bodley desde hace más de una década, por lo que no sintió ningún tipo de temor al venir al salón.
“Tengo total confianza en Mindy, y no sólo por mi cabello”, contó, mientras Bodley mezclaba un poco de tinte. “Sé que siempre tiene en mente la seguridad de sus clientes. No haría nada que comprometiera a sus clientes o a su negocio”.
Poco después, Macall McFall, de 26 años, llegó para teñirse su cabello largo y castaño antes de graduarse de un programa de terapia ocupacional en pocos días.
“Estamos celebrando una graduación virtual”, dijo McFall, un poco contrariada.
La experiencia de Blush Beauty Bar, en la que una visita puede costar $150 o más, sigue siendo la misma, con algunos pequeños retoques. Tanto clientes como estilistas deben usar máscaras todo el tiempo, y Bodley y Herrera trabajan con guantes de goma rosa que antes sólo usaban para trabajos como el teñido del cabello.
Ya no le ofrecen bebidas a las clientas y no se sientan a su lado para charlar mientras esperan que el tinte se fije. El salón ya no toma fotos glamorosas de sus clientas luciendo sus nuevos looks con luces y fondos como hacían antes del coronavirus.
Tanto estilistas como clientas han debido adaptarse.
“No me deja ver”, se quejó Bodley porque la máscara se le subía. “Pero es importante para mi trabajo”.
La pandemia de COVID centró la conversación y las bromas en el salón. En lugar de admirar la blusa o los zapatos de una clienta, Herrera comentó sobre la mascarilla de McFall: “¡Es tan linda!
Las mujeres compartieron sus historias de cuarentena y se pusieron al día sobre los programas de Netflix que habían visto en casa: desde Waco y Dance Moms hasta Tiger King. Hubo un amplio consenso en que Carole Baskin había matado a su primer marido.
Blush ha estado abierto durante cuatro años en su ubicación de la calle 4, justo al lado de la calle principal de la ciudad. Bodley cuenta con una base de clientas leales, como lo demuestran los premios de “Mejor Salón”, votado por el público, que cuelgan en la pared. Aun así, una vez que el virus apareció en los Estados Unidos y llegó a Colorado, el negocio se resintió.
“Nuestros números han bajado este año”, explicó Bodley. “Nunca se sabe qué asustará a la gente, pero la industria de la belleza, del cabello, suele ser un negocio a prueba de recesión”.
Al principio no sabía qué hacer con la desaceleración, aunque muchos de sus colegas ya se preparaban para cerrar.
“Me preparé para la crisis del año 2000”, recordó Bodley. “Pero no estaba preparada para esto”.
En marzo, las clientas comenzaron a cancelar citas. Llegaban llamadas telefónicas, en medio de los cortes de cabello, informando a las clientas de que la escuela de sus hijos iba a cerrar o de que algún otro aspecto de la vida familiar se iba a clausurar.
Luego, el 18 de marzo, Bodley supo que el estado había decretado el cierre de los negocios no esenciales. Terminó con la clienta que tenía en su salón en ese momento, incluyó a su mejor amiga para una última cita, cerró la puerta con llave y se llevó los últimos tres rollos de papel higiénico del salón a su casa.
El esposo de Bodley trabaja para una licorería, un sector considerado industria esencial en Colorado, así que continuó trabajando. Y la tienda de suministros para perros que tiene junto al salón pudo pasar a las ventas en línea. También recibió un préstamo por daño por desastres de $2,000. Pero todavía tiene que pagar el alquiler y las facturas.
“Me siento aliviada de haber vuelto a trabajar”, admitió. “Este mes será un empujón. Tenemos que cubrir mayo y junio”.
Además de restaurantes y cafeterías que pasaron a ofrecer servicios de comida para llevar para mantenerse activos durante el cierre, la mayoría de los otros negocios minoristas seguían cerrados el martes 5, aunque el estado comenzó una lenta reapertura el 1 de mayo.
“Es una ciudad fantasma”, comentó Bodley. “Vivo en esta calle y nunca he tenido tanto espacio para estacionar”.
Aun así, el primer día de regreso todo eran sonrisas, aunque estuvieran escondidas detrás de las máscaras; un indicio de que la vida podría volver a parecerse a los tiempos pre-pandémicos, aunque el futuro sea más bien gris.
“Espero que Marshall’s abra pronto”, dijo Bodley. “Echo de menos a la gente, pero no eché de menos el trabajo. Pensé, ‘¿Cómo podemos sobrevivir?’ ¡Es porque no hay nada abierto para gastar dinero!”
Eldridge estuvo de acuerdo.
“Nuestra chequera ha sanado”, bromeó.
Mientras recortaba pulgadas del cabello de Eldridge, Bodley se quejó de que “cortar el cabello con guantes no está bien. Además de no poder ver bien”.
Herrera también tuvo problemas para secar el cabello de McFall.
“Espero que esté seco”, dijo. “No puedo sentirlo con las manos”.
Pero esos retos fueron un pequeño precio a pagar.
“Estoy feliz de estar aquí”, aseguró McFall mientras contemplaba en el espejo el nuevo tono de su cabello largo. “¡Me encanta! ¡Se ve tan bien!”
Se acercó al mostrador para pagar, estiró el brazo lo más que pudo para darle a Herrera su tarjeta de crédito y mantener así la distancia adecuada.
Cuando McFall se fue, Herrera roció desinfectante sobre la silla, el mostrador y el recipiente de plástico donde había guardado sus objetos personales. Limpió el espejo de mano que su clienta había tocado. En otra época, estas medidas parecerían algo extraño, casi insultante.
Pero la pandemia lo ha alterado casi todo en nuestra vida, incluso algo tan rutinario como un corte de pelo, y nadie sabe por cuánto tiempo.
“Esta podría ser nuestra nueva normalidad”, señaló Herrera.
Esta historia fue producida por Kaiser Health News, un programa editorialmente independiente de Ia Kaiser Family Foundation no relacionado con Kaiser Permanente.