Edna tenía solo dos meses en su nuevo empleo cuando su vida empezó a cambiar: “Comencé a tener palpitaciones y miedos súbitos incontrolables. Los primeros síntomas fueron in crescendo hasta que empecé a tener episodios en los cuales la ansiedad y la angustia eran tales, que tenía que ir a encerrarme al baño o salir del edificio a tomar aire”, recuerda.
En ese momento trabajaba en una empresa de servicios de tecnología en la Ciudad de México y, aunque tenía tan poco tiempo en la empresa y poco más de 30 años de edad, se sentía exhausta todo el tiempo y su sueño era irregular. Detrás del malestar emocional estaba “un pésimo ambiente laboral”.
La encargada del área era agresiva con los empleados y los acusaba de ineficientes. A Edna le llegó a decir que su trabajo no servía y que no entendía lo que se le explicaba, le hacía malos gestos y en lugar de hablar solo emitía sonidos y onomatopeyas al dirigirse a ella. Muchos comenzaron a faltar con frecuencia por afecciones estomacales y el ambiente en la oficina era pesado.
La angustia y los malestares que experimentaban Edna y sus compañeros no son casos aislados: México es uno de los países con mayor número de personas con estrés laboral en el mundo. Se estima que el 85% de sus organizaciones son tóxicas: no cuentan con condiciones adecuadas para el desempeño de sus trabajadores, no cuidan a su talento humano y promueven diferentes trastornos, según especialistas de la Universidad Autónoma de México (UNAM).
La situación en México es apenas una parte del todo. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) considera el estrés como un reto a enfrentar. Aunque no hay datos globales disponibles sobre su prevalencia e impacto, los estudios que se han realizado en diferentes regiones indican que es un problema significativo.
Empleados desmotivados y enfermos
Malas relaciones interpersonales, largas jornadas de trabajo o exceso de carga laboral pueden desencadenar trastornos de salud como enfermedades cardiovasculares, síndrome de burnout (agotamiento), depresión, ansiedad y, en casos extremos, suicidio. También generan conductas de afrontamiento, como abuso de alcohol y drogas, alto consumo de tabaco, mala alimentación, sedentarismo y trastornos del sueño.
Edna Cruz informó su situación al área de Recursos Humanos y se reunieron en varias ocasiones. Hubo conversaciones con la supervisora, ella no cambió su manera de tratar a los empleados y hasta allí llegaron los esfuerzos de la empresa por resolver el problema. Seis meses después, la situación se hizo insostenible y decidió renunciar.
El alto índice de renuncia, así como absentismo, falta de compromiso y bajo rendimiento se relacionan al estrés laboral. Las malas prácticas laborales también pueden afectar a las mismas empresas: tener empleados desmotivados y una alta rotación de personal incide en su productividad y competitividad.
“Mis síntomas desaparecieron después de dejar la oficina. Ahora trabajo desde casa y la simple idea de pensar en regresar a encerrarme en un mismo espacio durante ocho horas, me aterra", explica Edna. Ella no necesitó terapia psicológica pero, aunque han pasado cuatro años de aquella situación, todavía toma cápsulas de melatonina para mejorar la calidad de su sueño, que se hizo inestable y ligero después de experimentar el estrés laboral.
La OIT, junto a la Organización Mundial de la Salud (OMS) han emitido directrices y recomendaciones a las naciones para abordar las malas prácticas laborales y su repercusión en el bienestar de los individuos. La OIT también sugiere que se incluya el estrés laboral y los problemas mentales del trabajo en los listados de enfermedades profesionales para asegurar que puedan ser identificados y abordados de forma adecuada.
Países como México se han hecho eco de estas recomendaciones para prevenir el estrés y las adicciones en los centros laborales y han comenzado programas de formación para sindicatos, empleadores e instituciones responsables de la seguridad y salud en el trabajo. El camino aún es largo.
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