Pero sí se puede determinar en base a experiencias anteriores, cuál podría ser el daño para la salud. Y entender mejor cómo la radiactividad afecta al organismo.
Poniendo el desastre en perspectiva
Según la Escala Internacional de Eventos Nucleares (INES, por sus siglas en inglés) hay siete niveles para describir un evento nuclear. Del nivel 0 al 3 se considera un “incidente”, y del 4 al 7 se define como “accidente”. Los niveles 5, 6 y 7 son los que representan un riesgo para la salud, porque son los que tienen mayor derrame de sustancias radiactivas.
Puntos clave
Para poner estos números en perspectiva, el accidente nuclear en la planta de Chernobil, ocurrido en Ucrania en 1986, fue calificado con el máximo nivel, de 7 en esta escala.
Hay controversia sobre el accidente en la planta nuclear de Fukushima: según las autoridades japonesas, se trató de un desastre de nivel 4, mientras que reportes realizados por la Comisión Europea de Energía Nuclear indican que habría sido de nivel 6, es decir, de grave riesgo para la salud.
Los niveles 6 y 7 implican un daño a corto y largo plazo para las personas y el medio ambiente, que se manifiestan de forma inmediata, pero también pueden seguir apareciendo por décadas en un radio determinado en torno a la central afectada. Estos daños van desde simples problemas respiratorios o en la piel hasta el cáncer de tiroides y la muerte.
¿Cómo se mide el impacto de la radiación en el organismo?
Según explica Peter Wehrwein, editor de Harvard Health Letter, la radiación deposita energía en los tejidos humanos. La medida que se utiliza para determinar el efecto biológico que tiene la radiación en las personas y el posible daño que les puede causar se llama “sieverts” o “rems” (ésta es una forma más antigua de denominarla).
Un milisievert equivale a 100 milirems.
En esta escala unos 10 milisieverts es una exposición sumamente baja e inocua y 1,000 milisieverts es una exposición que pone a la persona en riesgo de muerte. Las primeras mediciones realizadas en la planta nuclear de Fukushima revelaron una exposición de 400 milisieverts por hora. Una cifra más que preocupante.
A partir de Chernobil, el primer gran accidente nuclear en la historia (las bombas en Hiroshima y Nagasaki lanzadas por pilotos estadounidenses en 1945 no se consideran en este registro porque fueron intencionales), se comenzaron a estudiar las consecuencias en la salud de estos derrames radiactivos.
Las personas afectadas fueron expuestas a altísimas dosis de yodo-131, que se concentra en la glándula tiroides y que aumentaron en forma dramática las tasas de cáncer de tiroides en Bielorrusia, Ucrania y Rusia. Los “niños de Chernobil” sufrieron este cáncer al consumir leche contaminada.
La radiactividad generada por el accidente de Chernobil afectará a las poblaciones locales durante varias generaciones, aseguran científicos. Y tardará miles de años en disiparse por completo.
Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), una exposición a 1,000 milisieverts causa enfermedad aguda por radiación que genera, en principio, enrojecimiento de la piel, quemaduras y pérdida de pelo.
¿Cuál es el alcance de una nube radiactiva?
Un estudio británico financiado por el Movimiento Verde para investigar las consecuencias del accidente de Chernobil aseguró que en 2006, es decir veinte años después de la tragedia, el 40 por ciento del territorio de la Unión Europea aún presentaba altas dosis de contaminación radiactiva.
Este reporte, llamado, “El otro informe de Chernobil” refutaba los datos del informe oficial de la Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA, por sus siglas en inglés) y de la OMS que aseguraba que la nube tóxica sólo había afectado a Ucrania, Bielorrusia y Rusia.
Lo cierto es que, en 10 días, unos 200,000 kilómetros cuadrados de Europa quedaron contaminados. Según explica el científico William Soboliov, de la Unión de Chernobil, en el accidente de la planta nuclear se liberaron a la atmósfera sustancias como el cesio 137, que tienen una vida media en el medio ambiente de 30 años.
El viento es crítico en la expansión de una nube radiactiva. En el caso de Chernobil, los cambios en los vientos causaron una extraña geografía radiactiva: una parcela de tierra podía estar contaminada y la de al lado no.
¿Puede una nube radiactiva atravesar el océano?
Sí, la nube radiactiva que generó la central de Fukushima puede cruzar el Océano Pacífico y llegar a la costa oeste del país. Pero, hasta el momento, las autoridades de la Nuclear Regulatory Comission (NRC, por sus siglas en inglés) han asegurado que no ha habido mediciones especiales de radiación en territorio estadounidense. Y que el viento oceánico puede disipar la nube tóxica. En cualquier caso, lo que llegaría no implicaría un riesgo para la salud, dicen.
Estas declaraciones sin embargo no frenaron la psicosis colectiva por el temor que genera la posible exposición a la radiación, lo que hizo que se agotaran las píldoras de yoduro de potasio, que previenen el cáncer de tiroides.
La distancia entre Tokio y San Francisco es de 9,000 kilómetros (5,134 millas)
Según explica el radiobiólogo Eduard Rodríguez Farré, los esfuerzos de la empresa japonesa Tepco, que está reparando la central, tal vez hayan podido minimizar las consecuencias del accidente. Los técnicos planeaban utilizar la misma estrategia que se aplicó en Chernobil: sellar los reactores con un “sarcófago” de arena y hormigón para poner fin al riesgo de una fuga masiva de radiación.
En el caso de Chernobil, antes que ocurriera ese sellado, más de la mitad del yodo y un tercio del cesio radiactivos contenidos en el reactor fueron expulsados a la atmósfera. Todavía se desconoce la cantidad de material radiactivo expulsado por la planta de Fukushima. Lo que sí se sabe es que los efectos de este tipo de derrames se sufren por décadas.
La energía nuclear en Estados Unidos... ¿hay riesgo?
En el país hay 104 centrales nucleares, desplegadas en 31 estados. Expertos de la NRC informaron que, a la luz de lo que ocurrió en las centrales japonesas, han lanzado una iniciativa especial para supervisar la seguridad en estas plantas, a pedido del presidente Barcak Obama.
Según Bill Borchardt, director de operaciones de la NRC, supervisores están redoblando esfuerzos para chequear todas las plantas nacionales. Borchardt salió al cruce de otras voces científicas que aseguran que las centrales nucleares del país están viejas y mal cuidadas. Y que Estados Unidos debería aprender de las lecciones dejadas por la planta japonesa de Fukushima, y prevenir, antes de sufrir un derrame tóxico.
Los expertos y defensores de la energía nuclear -y de su utilización en la vida diaria de las personas y en sus aplicaciones en la salud- no quieren que se haga realidad el título usado por la revista alemana "Der Spiegel" a un día del accidente en la planta japonesa: "El fin de la era nuclear".