Una de las primeras cosas que una persona con hipertensión escucha en el consultorio médico es que tiene que dejar o reducir el consumo de sal. Pero un nuevo estudio científico publicado en British Medical Journal concluye que la clave para las dietas antihipertensivas es disminuir también el consumo de azúcar añadido de los alimentos, en especial de la fructosa.
Los científicos estadounidenses revelaron que “aquéllos en cuya dieta el azúcar aporta la cuarta parte de las calorías, tienen el triple de riesgo cardiovascular”. La ingesta diaria de más de 74 g de fructosa está asociada con un 30% más de riesgo de presión arterial por encima de 140/90 mm Hg y un 77% más de riesgo de que supere los 160/100 mm Hg.
“El azúcar puede estar mucho más relacionado con la presión arterial que el sodio”, señalan sus autores, James Di Nicolantonio, del Saint Luke's Mid America Heart Institute, en Kansas City y Sean Lucan, del Albert Einstein College of Medicine, en Nueva York.
¿Entonces, hay que olvidarse del salero y la azucarera? Para los expertos, la reducción de la presión arterial conseguida por limitar sólo la ingesta de sal suele ser relativamente pequeña, de modo que sugieren enfocarse en reducir también el consumo de azúcar.
Pero para ellos, dejar la sal por completo no es bueno: consumir de 3 a 6 gramos de sal al día puede ser óptimo para la salud, pero consumir menos de 3 g puede llegar a ser perjudicial, según explicaron.
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Si se tiene hipertensión, los alimentos envasados son un arma de doble filo: tienen sodio y azúcar añadido, señalaron los investigadores.
Los autores explicaron que el sirope de maíz (alto en fructosa) que es el edulcorante empleado con más frecuencia en los alimentos procesados, en especial en las bebidas, aumenta el riesgo cardiovascular. Y aseguran que “el consumo de bebidas endulzadas está relacionado con 180,000 muertes al año en todo el mundo”.
El enemigo silencioso
La Organización Mundial de la Salud (OMS) informa que a nivel mundial, 1 de cada 3 adultos padece de hipertensión, un trastorno que aumenta el riesgo de infarto, accidentes cerebrovasculares (ACV) e insuficiencia renal. Dicha proporción aumenta con la edad: afecta a 1 de cada 10 personas de 20 a 40 años, y a 5 de cada 10 de 50 a 60 años.
En EE.UU., 1 de cada 3 adultos padece de presión arterial alta (67 millones) y más de la mitad de ellos (36 millones) no la tiene bajo control. El riesgo se incrementa a medida que se va envejeciendo, según informan los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés).