Cuidar la alimentación, mantener un peso saludable, realizar actividad física regularmente y limitar o evitar las bebidas alcohólicas son algunos hábitos que se recomiendan para controlar los niveles de colesterol.
Gracias a una reciente investigación, una nueva opción podría sumarse a esta lista: las bacterias intestinales. Así es, un estudio publicado en Nature Microbiology halló que ciertas especies de bacterias en el intestino interactúan y ayudan a equilibrar los niveles de colesterol, al usarlo para crear una molécula que cumple un rol importante para la salud.
Puntos clave
- Aunque el colesterol es una sustancia necesaria para cumplir muchas funciones corporales, en exceso puede aumentar el riesgo de diferentes problemas de salud.
- Para controlarlo se recomienda mantener una alimentación saludable, hacer ejercicio, controlar el peso y no fumar.
- Un reciente estudio halló que ciertas bacterias intestinales también pueden regular sus niveles, abriendo la posibilidad al desarrollo de nuevos tratamientos.
El colesterol es una sustancia que se parece a la grasa y se encuentra en todas las células del cuerpo. Se utiliza para producir vitamina D, hormonas y compuestos que facilitan la digestión. Aunque el organismo puede generarlo por su cuenta, también lo obtiene de diferentes alimentos, principalmente de origen animal, como quesos o carnes.
La sangre transporta el colesterol a las células a través de partículas llamadas lipoproteínas. Dos de las más importantes son la de baja densidad (LDL) también conocidas como colesterol "malo", y las de alta densidad (HDL) o colesterol "bueno".
El nuevo estudio, financiado por los Institutos Nacionales de Salud, y en el que el Centro de Recursos de Biotecnología del Instituto de Biotecnología de Cornell ayudó con los experimentos de secuenciación, es uno de los primeros en identificar especies de bacterias intestinales que convierten el colesterol de los alimentos de origen animal en una molécula llamada sulfato de colesterol.
Si bien aún son necesarias más investigaciones, la evidencia disponible revela que el sulfato de colesterol actúa como una molécula de señalización para una gran cantidad de vías biológicas, incluidas las involucradas en la salud y desarrollo infantil, la regulación de las células inmunitarias y la digestión.
El estudio también encontró que, en ratones, un género de bacterias llamado Bacteroides puede ayudar a regular los niveles de colesterol en sangre. La promoción de estas bacterias es muy importante en las primeras etapas de la vida, ya que desempeñan importantes funciones a nivel metabólico e inmunológico, además de que controlan la colonización de bacterias patógenas.
Estos hallazgos "abren la puerta para pensar si el microbioma, o microbios específicos, pueden eliminar el colesterol", dijo Elizabeth Johnson, de la División de Ciencias de la Nutrición, en la Universidad de Cornell. Si bien es demasiado pronto para sacar conclusiones, los expertos creen que esto podría significar un puntapié para el desarrollo de nuevos tratamientos que reemplacen a los medicamentos.
Actualmente, el tratamiento para hipercolesterolemia (niveles elevados de colesterol en sangre) consiste en realizar cambios en la dieta, incluyendo más frutas, vegetales, cereales y semillas, a la vez que se reduce los productos ultraprocesados, bebidas alcohólicas y alimentos ricos en grasas saturadas y trans.
También se deben incrementar la actividad física y eliminar ciertos factores de riesgo, como fumar o tener sobrepeso. Si estas medida son insuficientes el médico puede recetar medicamentos para controlar los niveles de colesterol LDL. Las opciones más comunes son:
- Estatinas: atorvastatina (Lipitor), fluvastatina (Lescol XL), lovastatina (Altoprev), pitavastatina (Livalo), pravastatina, rosuvastatina (Crestor) y simvastatina (Zocor). Se encargan de bloquear una sustancia que el hígado necesita para producir colesterol.
- Ezetimiba (Zetia): limita la absorción del colesterol contenido en los alimentos que se consumen.
- Inhibidores de la PCSK9: alirocumab (Praluent) y evolocumab (Repatha). Ayudan al hígado a absorber más colesterol LDL, lo que reduce la cantidad que circula en sangre. Se inyectan bajo la piel cada pocas semanas.
En los casos graves puede ser necesario someterse frecuentemente a un procedimiento para filtrar el exceso de colesterol en sangre o incluso a un trasplante de hígado.
Identificación de las bacterias
Aunque el sulfato de colesterol se produce en los tejidos humanos, este estudio es el primero en demostrar que el microbioma intestinal también puede producirlo.
Este descubrimiento fue posible gracias a un nuevo método desarrollado en el laboratorio de Johnson, llamado BOSSS (espectrometría de secuencia de clasificación de etiquetado bioortogonal), que se utilizó para etiquetar el colesterol dietético con fluorescencia roja y rastrear qué bacterias interactuaban con él.
Luego, el sistema se usó para secuenciar el ADN de esas bacterias y así identificar su especie. Así se descubrió que Bacteroides producía sulfato de colesterol. El laboratorio de Johnson se encuentra investigando qué interacciones entre moléculas se requieren para que el sulfato de colesterol funcione correctamente.
Peligros del colesterol elevado
Los niveles de colesterol elevados pueden deberse a diferentes factores:
- Alimentación poco o nada saludable: principalmente cuando es rica en grasas saturadas o trans. Esto hace que el organismo consuma otros nutrientes, permitiendo que el colesterol no se degrade y acumule en las arterias.
- Falta de ejercicio.
- Fumar o beber alcohol en exceso.
- Ser mayor de 40 años.
- Tener enfermedades hepáticas o renales.
- Tener sobrepeso u obesidad.
Otra responsable es la hipercolesterolemia familiar, una enfermedad hereditaria ocasionada por un defecto genético que impide que el colesterol LDL sea degradado, por lo que sus niveles aumentan progresivamente.
En estos casos existe un mayor riesgo de mortalidad temprana por infarto de miocardio o el engrosamiento de las arterias, causado por la ateroesclerosis, así como enfermedad cardíaca o accidente cerebrovascular.
Fuentes consultadas: Asociación Estadounidense del Corazón, Biblioteca Nacional de Medicina de EE. UU., Clínica Mayo, Nature Microbiology.