Resiliencia es una palabra que suena con fuerza desde hace algunos años. Para muchos poseerla es la única manera de sobrevivir a las crisis y hay quienes la consideran un valor, mas esta cualidad no es algo que ocurra por voluntad propia ni por azar, todo tiene que ver con nuestro cerebro y los estímulos que recibe.
Desde la perspectiva de la psicología, la resiliencia es el proceso de adaptarse bien a la adversidad, un trauma, tragedia o amenaza, como problemas personales, de salud, laborales o financieros. Lograr esa capacidad de ‘rebotar’ de una experiencia difícil como si el individuo fuera un resorte, que describe la Asociación Americana de Psicología, se relaciona directamente al cerebro.
El cerebro puede fortalecerse, igual que un músculo, para hacerse más resiliente. Esta suerte de entrenamiento para sobrellevar la adversidad propia o comprender las penas ajenas puede ocurrir en nuestro día a día, casi sin darnos cuenta.
Mirar el sufrimiento de otros nos hace compasivos, eso fue lo que demostró una investigación de la Universidad de Wisconsin-Madison (UWM) publicada en mayo. Los especialistas descubrieron que las personas que habían practicado la meditación compasiva al mirar directamente el sufrimiento de otros (a través de imágenes) mostraron menos actividad en la amígdala, la ínsula y la corteza orbitofrontal, áreas del cerebro que, por lo general, son más activas cuando experimentan angustia emocional y pueden llevar a una respuesta de abstinencia y a desviar la mirada.
"Las personas pueden aprender una respuesta más tranquila y equilibrada cuando ven a alguien sufrir, incluso cuando atienden más al sufrimiento", dijo Helen Weng, profesora asistente de psiquiatría en la Universidad de California quien dirigió la investigación cuando era estudiante de posgrado en la UWM.
Comprender cómo el cerebro apoya un afrontamiento resiliente y activo fue la premisa de otra investigación, publicada en 2016 en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences. La inquietud nace de que en el mundo actual crecen las situaciones de terror, estrés y trauma y sus habitantes muestran una notable capacidad para hacer frente a los estados de tensión.
Rajita Sinha, directora del Yale Stress Center, fue la encargada de esta investigación. Ella y su equipo querían mirar dentro del cerebro de las personas durante una situación estresante para ver si algo especial estaba sucediendo para ayudarlos a sobrellevarlo mejor.
Encontraron que los altos niveles de estrés se acompañan de señales cerebrales dinámicas en los circuitos asociados a la reacción a la adaptación y las respuestas de control del comportamiento. Además, la región cortical prefrontal ventromedial mostró una disminución inicial en la activación cerebral, pero luego se movilizó con una activación incrementada, y este cambio se correlacionó con el enfrentamiento activo. Pero hubo participantes que no mostraron esa neuroflexibilidad en dicha región y presentaron conductas de afrontamiento maladaptativo más elevadas.
Los resultados sugieren que esa región del cerebro está involucrada en la lucha contra el control en tiempos de estrés, un aspecto clave de la resiliencia. Según Sinha, tenemos un circuito natural para tratar de recuperar el control y "creo que está ligado a los procesos de supervivencia que están conectados, y esto es a lo que estamos recurriendo".
Así como estas, muchas investigaciones más han analizado los procesos personas durante o después de vivir experiencias traumáticas o enfermedades como el cáncer. Las evidencias respaldan la relación entre estas vivencias, su impacto en el cerebro y la modificación positiva de la conducta del individuo.
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