Frenar los brotes epidémicos requiere de las decisiones de las autoridades sanitarias, de la investigación científica, de las medidas que ejecutan los gobiernos (y el dinero que invierten) y también de las acciones individuales. Pero pocas veces se hacen llamados que afectan de manera tan directa la vida privada como en el caso del explosivo avance del virus del Zika.
Autoridades de salud en Brasil, Colombia y Honduras han lanzado directivas extremas: les piden a las mujeres que no queden embarazadas. El Salvador ha ido más allá, recomendando que no se embaracen hasta el 2018.
La razón: a este virus que trasmite el mosquito aedes aegypti —el mismo que porta el dengue y el chikungunya—se lo vincula con el aumento de nacimientos de bebés con microcefalia, una condición congénita por la cual tienen cabezas notoriamente más pequeñas. Esta condición causa problemas en el desarrollo y el aprendizaje, y amenaza la expectativa de vida.
El vínculo entre el zika y la microcefalia aún está en estudio, pero los registros de casos indican una correlación, ya que en donde está el zika, aumenta dramáticamente el diagnóstico.
¿Es la solución impedir el embarazo? La región no es un terreno fácil para esta alerta ya que la mayoría de los países, con profundas raíces católicas, no tienen un acceso aceitado a los métodos de control de la natalidad, y el aborto está prohibido y penalizado hasta con la cárcel.
Beatriz Galli, asesora de la organización sin fines de lucro Ipas, que lucha en Brasil por un mayor acceso a los métodos contraceptivos, dijo a la revista Wired que estas recomendaciones de los gobiernos no son realistas. "¿Cómo poner la carga de esta situación en las mujeres"?, expresó.
En Brasil, la "zona cero" del zika con más de 1,5 millones de casos sospechosos, el acceso a métodos anticonceptivos no llega a las mujeres que viven en zonas rurales o en áreas urbanas pobres, y se calcula que la mitad de los embarazos no son planeados, según un informe del Guttmacher Institute.
Amnistía Internacional indica que el 50 por ciento de los embarazos en toda la región no son esperados. Y que el 18 por ciento de las embarazadas son adolescentes.
En este escenario, los abortos ocurren, pero la ilegalidad hace que muchas veces no estén en manos de profesionales de la salud. Estas fuentes coinciden en que se realizan unos 4,4 millones de abortos anuales en la región. Y hay unas 760.000 hospitalizaciones a causa de complicaciones por abortos clandestinos (200.000 sólo en Brasil).
El infome Abortion and Reproductive Rights in Latin America: Implications for Democracy, lanzado en marzo del 2015 por el Inter-American Dialogue y el Center for Reproductive Health, resalta que la legalización de esta práctica no desencadena más abortos sino que salva vidas. El informe ejemplifica con Uruguay, que legalizó el aborto en el 2012, logrando bajar dramáticamente la tasa de mortalidad materna. Los otros lugares de la región en donde el aborto no está penalizado son: Cuba, Puerto Rico, Guyana y Ciudad de México, con diferencias sobre cuándo se permite y hasta cuál semana de gestación.
Y ahora el virus del Zika pone a los gobiernos frente a nuevos dilemas legislativos. ¿Qué hacer si ya se está embarazada? ¿Podrían llegar a flexibilizarse las leyes?
Erika Guevara Rosas, directora para las Américas de Amnistía Internacional, escribió en un columna editorial publicada por The New York Times, que sería algo difícil, considerando "que una mujer no puede acceder a un aborto ni siquiera si continuarlo pone en peligro su vida o la vida del feto no es viable".
Debate sanitario y político
En el 2012, la Corte Suprema de Brasil siguió a otros tribunales de la región, apoyando la posibilidad de terminar con un embarazo si el feto no desarrolla cerebro y no existen posibilidades de sobrevivir. Pero esta condición sobre la que se legisló se llama anancefalia (ausencia de cerebro), distinta a la microcefalia que involucra al virus del Zika. La microcefalia puede ser mortal en muchos casos, pero también el niño puede vivir, aunque con graves atrasos en el desarrollo.
Y lo que vuelve el panorama aún más confuso: según explican los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), sólo una de cada 5 personas que se infectan con el virus del Zika desarrollan síntomas, por lo cual una embarazada puede sentirse bien sin saber que está infectada.
En los años 60, la crisis sanitaria que generó la rubéola en Estados Unidos provocó un dilema similar al que puede plantear hoy el zika. Esta infección también causada por un virus afectó particularmente a las embarazadas y podía causar defectos de nacimiento, sordera y hasta ceguera.
En el libro Dangerous Pregnancies: Mothers, Disabilities and Abortion in Modern America, la autora Leslie Reagan, profesora de Estudios de Mujer y Género en la Universidad de Illinois narra el debate en derredor del aborto en los años de la rubéola. Y analiza que esta epidemia abrió las puertas a la discusión nacional sobre el aborto. "Muchos jueces se apiadaron de las 'embarazadas de la rubéola' y les permitieron abortar", explica Reagan.
La experta asegura que esta discusión en derredor del aborto —que con la rubéola dejó de ser un tema de las mujeres pobres para ser de todos— derivó en nuevas leyes estatales y en el histórico fallo de la Corte Suprema sobre el caso Roe vs Wade de 1973, que lo legalizó.
¿Podría Brasil, el país más afectado por el zika hasta el momento liderar un cambio legislativo? ¿Seguirían el ejemplo los otros países? Mientras esta crisis sanitaria se transforma en política, Beatriz Galli considera que la mujer se enfrenta más que nunca a muchas amenazas.
Y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) es clara al respecto: lo primero que hay que lograr para prevenir el embarazo es empoderar a la mujer con más información sobre la planificación familiar y sobre el uso de métodos anticonceptivos.