Hoy, 8 de marzo, en el Día Internacional de la Mujer, es un momento propicio para reclamar el fin de la Mutilación Genital Femenina (MGF).
La práctica, también conocida como circuncisión femenina, mutilación genital y escisión genital, se refiere a todos los procedimientos que implican la extirpación parcial o total de los genitales femeninos u otras lesiones de los órganos genitales femeninos por razones culturales, religiosas o de otro tipo no terapéuticas.
La MGF es común en muchas poblaciones, en particular en África oriental (es decir, Somalia, Etiopía, Sudán), con regiones donde alcanza hasta el 98%, aunque la práctica es generalizada en todo el mundo, informan los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC).
En la actualidad, unas 140 millones de mujeres y niñas sufren las consecuencias de la MGF, y se calcula que en África hay 92 millones de mujeres que han sido objeto de la práctica. En la mayoría de los casos, se llevan a cabo en la infancia, en algún momento desde que nacen y los 15 años, informa la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Esta medida controvertida se considera una violación de los derechos humanos, y es ilegal en Estados Unidos en personas menores de 18 años. La OMS ha condenado la MGF y está haciendo esfuerzos para ponerle fin.
Consecuencias negativas en la salud
Son muchas las razones por las cuales se practica esta aberrante mutilación: cuestiones de cultura, y arraigadas creencias religiosas que suponen una especie de mandato acerca de la protección o aseguramiento de la virginidad de la mujer.
“La MGF refleja una desigualdad entre los sexos muy arraigada, y constituye una forma extrema de discriminación de la mujer. Constituye una violación de los derechos del niño y viola los derechos a la salud, la seguridad y la integridad física, el derecho a no ser sometido a torturas y tratos crueles, inhumanos o degradantes, y el derecho a la vida en los casos en que el procedimiento acaba produciendo la muerte” expresa la UNICEF.
Para las mujeres, no hay ningún beneficio en la MGF, sólo riesgos y sufrimiento, señala la OMS. Implica consecuencias médicas adversas, que incluyen desde complicaciones directas del procedimiento (exceso de anestesia o sedación, hemorragia, infección aguda), mayor riesgo de muerte tanto para la madre como para el bebé en embarazos posteriores, trastorno de estrés postraumático e infecciones del tracto urinario, entre otros. Además, puede haber consecuencias negativas para el bienestar sexual de la mujer.
Un problema también en EE.UU.
La mutilación genital femenina generalmente no se considera un problema en EE. UU. Pero lo es, principalmente debido al aumento de la inmigración de los países donde se practica.
Un informe de la Oficina de Responsabilidad Gubernamental (GAO) reveló en 2016 una tendencia alarmante: la cantidad de mujeres y niñas en Estados Unidos que están potencialmente enfrentadas o que ya han sufrido mutilación, se ha triplicado desde 1990. Una práctica que debería estar extinta, ahora involucra a un número mayor a la cantidad de personas que viven en Atlanta, por ejemplo.
Los CDC estimaron en 2016 que más de 500,000 mujeres y niñas en Estados Unidos corrían el riesgo de mutilación o habían sido sometidas a mutilación/ablación genital femenina, a pesar de que en el país se considera un delito grave penado por ley. Quienes participan en este procedimiento penal pueden ser condenados y cumplir el tiempo de prisión. También hay consecuencias de inmigración.
“Yo fui una de las víctimas y ahora lucho en contra”
Jaha Dukureh, Embajadora Regional de Buena Voluntad de la ONU Mujeres para África, (foto) es una ferviente activista líder del movimiento para poner fin a la mutilación genital femenina (MGF) y el matrimonio infantil. Ella misma fue víctima de la MGF y ésta es su impactante historia.
“Cuando tenía una semana de nacida me sometieron a la MGF. No recuerdo nada del proceso, y no supe nada hasta los 15 años, cuando me forzaron a casarme. Llegué a la ciudad de Nueva York el día de Navidad, con 15 años, para casarme con un hombre a quien no conocía. Creo que casarse a una edad temprana es lo más difícil que le puede pasar a una niña. Cuando se fuerza a una muchacha a casarse, se le otorga a un hombre el derecho a violarla día tras día.
Me las arreglé para abandonar a mi marido después de dos meses y me fui a vivir con mi tío y tía en el Bronx. Quería regresar a la escuela, pero ninguna me aceptaba. Eventualmente una escuela me permitió inscribirme... Me esforcé más de lo que lo había hecho en toda mi vida, y me gradué.
Después de terminar la escuela secundaria, me mudé a Atlanta y me volví a casar. Solo cuando quedé embarazada de mi hija comencé a hablar en contra de la MGF. No quería que mi hija tuviera que pasar por lo que yo había pasado. También sabía que había millones de niñas como mi hija y yo, y nadie hablaba por ellas. Si no hablaba yo por ellas, ¿quién lo haría?
Al poco tiempo inicié un grupo de apoyo para otras mujeres en mi casa en Atlanta. Para el año 2014 ya había registrado mi organización, e inicié una campaña de recogida de firmas para solicitar al Presidente Obama que investigara la prevalencia de la MGF en Estados Unidos. Posteriormente, el Instituto Estadounidense de la Paz convocó por primera vez la Cumbre para poner fin a la MGF en 2016.
Me parece que persisten un montón de ideas falsas acerca de la mutilación genital femenina, como que es practicada por africanos ignorantes y personas incultas, con poca instrucción. La mutilación genital femenina ocurre en África, pero también en el Oriente Medio, en Asia Sudoriental, ¡e incluso en lugares como Colombia, los Estados Unidos y el Reino Unido!
La mutilación genital femenina no tiene que ver con religión. No es asunto de clase social. No guarda relación con la educación. He visto a personas muy educadas practicar la mutilación genital femenina porque la consideran parte de su cultura.
De hecho, el mayor desafío que enfrentamos es la idea de que la mutilación genital femenina es una práctica religiosa. Es difícil cambiar algo que la gente piensa que es su obligación religiosa. Es necesario que los líderes religiosos se pronuncien enérgicamente en el sentido de que la mutilación genital femenina no tiene nada que ver con la religión.
Por otro lado, tenemos que obtener recursos que vayan directamente a las comunidades, para que realicen este trabajo; hay que deshacerse de intermediarios y confiar en que las mujeres y sus comunidades están mejor posicionadas para aportar soluciones que las ayuden a poner fin a la MGF.
No podemos importar soluciones a las comunidades y esperar que éstas produzcan cambios. ¡Cada comunidad es distinta! ¡La razón por la que cada una práctica la MGF es distinta!
En este momento, nos encontramos en un punto de inflexión en el movimiento para poner fin a la MGF. Contamos con la voluntad política de todo el continente africano, y los organismos de las Naciones Unidas están haciendo un mejor trabajo que nunca. Como hemos creado un movimiento donde las mujeres encabezan el cambio, creo que tenemos una oportunidad!"