Aunque hay un componente genético, nuevas evidencias muestran que el cigarrillo, el estrés y las bacterias del intestino influyen en el desarrollo de la esclerosis múltiple. Esta enfermedad es la segunda causa de discapacidad neurológica en adultos jóvenes y afecta a más de dos millones de personas en el mundo.
La esclerosis múltiple (EM) es un trastorno autoinmune que afecta al cerebro y la médula espinal, esto quiere decir que es el mismo sistema inmunológico el que causa el daño al sistema nervioso, específicamente en la mielina, la vaina que protege las neuronas. Tiene más incidencia en mujeres que en hombres, especialmente, entre los 20 y 40 años de edad. Sus causas no está definidas, pero se asocia mutaciones genéticas.
“Si bien existe una predisposición genética para el desarrollo de esta enfermedad, la presencia de esta por sí sola no alcanza. Cada vez se identifican más factores ambientales y de hábitos de vida como co responsables para la aparición de la EM, así como su posterior actividad y progresión”, explica la neuróloga María Laura Saladino, especialista de la Clínica de Esclerosis Múltiple del Instituto de Neurociencias de Buenos Aires (INEBA), ubicado en Argentina.
Según la especialista, el fumador, tanto activo como pasivo, tiene más riesgo de desarrollar EM y la obesidad, el estrés, el alto consumo de sal, alcohol y cafeína son factores que se relacionan con un peor pronóstico. La falta de vitamina D (por su efecto inmunomodulador) y las bacterias del intestino también tienen que ver con su desarrollo.
“Hay investigaciones que han puesto el foco en la relación de la microbiota intestinal (los millones de bacterias del intestino) con el desarrollo y evolución de la EM. Según estos hallazgos, parecería que existe una conexión entre el intestino y el cerebro, ya que la presencia de determinadas bacterias intestinales estaría asociada con la enfermedad. Esto se está demostrando a nivel de estudios en animales y en personas enfermas y abriría una nueva alternativa para su control en el futuro”, explica.
Avances en el tratamiento
Los síntomas de la EM pueden ser tan variados como problemas en la visión, estreñimiento, pérdida de energía, alteración en la sensibilidad, falta de equilibrio, temblores y espasmos musculares. Cada ataque es diferente: los episodios pueden durar días o meses, es posible que haya períodos de remisión en los que desaparecen los síntomas o que la enfermedad avance sin tregua y limite las capacidades de quien la sufre.
El espectro terapéutico se amplió a partir de la aprobación del Ocrelizumab (la FDA lo autorizó en marzo de 2017), un medicamento que sirve para tratar la forma primaria, que es la más agresiva de la enfermedad y antes no tenía abordaje farmacológico. Para la modalidad de recaídas y remisiones se usan drogas que tienen como objetivo restaurar el sistema inmune del paciente para prolongar los períodos de remisión.
Los medicamentos suelen acompañarse de fisioterapia, para mejorar las condiciones físicas, y de apoyo psicológico, pues muchas personas con EM sufren de depresión. Ningún medicamento es capaz de curar la enfermedad, solo de aliviar los síntomas y mejorar la calidad de vida del paciente.
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