En el momento en que más necesitas del apoyo de tus seres queridos y amigos y que tan bien nos hace su compañía y contención, hay ciertas frases que los que estamos pasando un mal momento sentimos como un bálsamo que calma esa horrible tristeza y otras que en lugar de hacernos sentir mejor, son como puntadas que nos sacan el aliento. Cada uno tiene la suya.
Hace exactamente un año, operaron a mi madre de un cáncer de seno. Y justo cuando estábamos por planear el festejo al terminar su tratamiento de radioterapia, mi padre se puso amarillo (sic) y terminamos en el hospital. El diagnóstico: una obstrucción en el conducto biliar.
Después de una operación de siete horas, el médico nos comunicó que todo había salido bien: aunque el diagnóstico fue el temible cáncer de páncreas.
Para hacerla breve: ya lleva 131 días luchando como un gran guerrero. Y nosotros -sus hijas, esposa, hermano y demás familia- la estamos peleando con él, persiguiendo médicos, aprendiendo de las enfermeras y sobre todo, entendiendo cada día cómo es la mejor forma de ayudarlo.
En el medio de todo, mi hijo, Tomás, que estaba en un cumpleaños tuvo un accidente que podría haber sido fatal: se le cayó una rama de un árbol y lo tiró contra el borde de una piscina y le fracturó el cráneo en cinco partes. Por suerte, después de pasar las primeras 72 horas más interminables y tortuosas de toda mi vida, y gracias a la intervención del equipo de neurocirujanos del Hospital San Isidro, en Buenos Aires, mi hijo fue saliendo de a poco del peligro y ahora sólo quedan controles y estudios.
Y a medida que los sucesos desafortunados iban ocurriendo unos tras otros (los menores no los incluyo para no aburrir), empezaron las increíbles y cálidas cadenas de apoyo de nuestros amigos y familiares, y amigos de amigos y de familiares, que se sumaron a su vez en cadenas de oración, ruegos y contención. Amigos que se sumaron a la cadena “Fuerza Tomi” en Facebook y aparecieron con rosarios y estampitas, hasta bandejas de cosas ricas para que se nos haga más dulce y llevadera la espera; otros que nos llevaron sillas comodísimas para poder descansar junto a Tomás, cuando ya lo pasaron a una habitación. También, sus amigos y los nuestros que vinieron a la noche, a la madrugada, a la tarde, sabiendo que no podían entrar a verlo, pero sólo para saber algo más de él, de cómo seguía. Ese apoyo se convirtió en algo tan sólido que ni en un solo segundo nos sentimos solos.
Y ahí pude sentir la frase que me hacía sentir mejor cada vez que llegaba alguien a hacerme compañía o cuando ahora me llaman o escriben para preguntar por mi hijo o mi padre. Simple, concreta, la frase tiene apenas dos palabras: "Te entiendo".
Cuando alguien nos dice que nos entiende entonces ya no tenemos que decir más nada: porque nos comprenden si no tenemos ganas de hablar o por el contrario de conversar como un loro. También si sentimos que esto es demasiado o que estamos tan cansados de que nuestro segundo hogar sea un hospital, una clínica o un centro de rehabilitación.
En una escala muchísimo menor también aparecieron esos mensajes que en el medio de tanto dolor, se sienten como agujazos en ese corazón que ya es puro agujero. A mis hermanas, tengo dos, les pasa exactamente lo mismo. El mensaje puede llegar por Whatsapp, Facebook o, el peor formato, en vivo y en directo. Por lo general se acompaña de una cara sonriente y es muy probable que el emisor no sea consciente de lo que desencadena. De hecho, estoy segura de que quien lo dice tiene buenas intenciones y no sabe lo que está a punto de disparar. La frase es: “Por algo será”.
Posiblemente estas palabras surjan de la esperanzadora idea de que existe un plan divino o un destino. Pero cuando uno está en medio de tanto dolor, es tan difícil entender que el sufrimiento sirva para algo. En especial, cuando es alguien que uno ya sabe que bondad le sobra, por lo que el cielo creemos que lo tiene asegurado. Y entonces de nuevo viene la frase matadora, ¿qué tan misterioso puede ser ese "algo"?
Para lo que sí puedo decir que me sirvió todo esto es para entender que hay un mundo afuera de gente que está esperando, mientras acompañan a sus seres queridos, que alguien les diga eso que quieren escuchar. "Te entiendo", "te quiero", "aquí estoy".