La próxima vez que te ofrezcan antibióticos y te preguntes: “¿Qué daño puede hacer?”, piensa en Peggy Lillis.
Hace cinco años, a esta maestra de jardín de niños de 56 años de Brooklyn, N.Y., le dieron el antibiótico clindamicina, que debía prevenir una infección dental. En cambio, el fármaco eliminó gran parte de las bacterias “buenas” de sus intestinos que normalmente mantienen las bacterias “malas” bajo control. Sin esa protección, las bacterias perjudiciales de su estómago se descontrolaron y detonaron una infección intestinal tan grave que los médicos debieron realizar una cirugía de emergencia para extirparle el colon. A pesar de ese último recurso desesperado, “al cabo de 10 días de tomar esas pastillas, mi mamá murió”, dice el hijo de Lillis, Christian.
O piensen en Zachary Doubek, un inquieto niño de 12 años de New Brunswick, N.J. Después de un juego de béisbol, Zachary volvió a su casa quejándose de un dolor de rodilla que empeoró durante la noche y se agravó rápidamente. Su médico inicialmente recetó un antibiótico que fracasó en el control del problema. Zachary tuvo la mala suerte de toparse con una cepa de bacterias que, después de la exposición reiterada a los antibióticos, había evolucionado y había desarrollado defensas contra los fármacos.
La infección de Zachary avanzó aceleradamente en todo su organismo y obligó a los médicos a ponerlo en un coma inducido, hasta que pudieron refrenarla con vancomicina, un potente antibiótico que, afortunadamente, aún actuaba contra el microbio. Zachary sobrevivió, pero un año y 6 cirugías más tarde, aún cojea a raíz de ese suplicio.
“Es posible que nunca sepamos cómo contrajo la infección”, dice su madre, Marnie Doubek, M.D., una médica familiar, “pero sabemos que el antibiótico que debería haberlo ayudado en primera instancia, no funcionó”.
Elevar la voz de alarma
Las historias de Peggy Lillis y Zachary Doubek son muy comunes. Si bien los antibióticos han salvado millones de vidas desde que la penicilina se recetó por primera vez hace casi 75 años, en la actualidad, es claro que el uso irrestricto de estos medicamentos también tiene consecuencias inesperadas y peligrosas: enferma al menos a 2.25 millones de estadounidenses al año y mata a 37,000.
Ese daño se presenta de dos formas, principalmente. En primer lugar, como en el caso de Lillis, los antibióticos pueden alterar el equilibrio natural del organismo entre las bacterias buenas y malas, que, según muestran las investigaciones, es sorpresivamente importante para la salud humana. Lillis falleció a causa de uno de esos malos microbios, la bacteria C. difficile. Al menos, 250,000 personas por año desarrollan infecciones por C. difficile vinculadas con el uso de antibióticos, y 14,000 mueren como resultado de ello.
En segundo lugar, el uso excesivo de antibióticos engendra “superbacterias”, que con frecuencia no pueden controlarse, incluso con múltiples fármacos. (Ver “From Bug to Superbug” [“De bacteria a superbacteria”], más adelante). Doubek fue una víctima del MRSA (Staphylococcus aureus resistente a la meticilina), una bacteria que una vez estuvo confinada a los hospitales y que ahora se ha propagado a la comunidad, incluidos los salones de manicuría, los vestidores y los patios de juegos, donde es posible que Doubek haya contraído esta infección. El MRSA y otras bacterias resistentes infectan, al menos, a 2 millones de personas en EE. UU. al año, y matan a alrededor de 23,000.
Más allá de lo alarmantes que son estas cifras, los expertos indican que las cosas podrían ponerse mucho peor, en poco tiempo. Los Centros para el Control y Prevención de las Enfermedades [Centers for Disease Control and Prevention, CDC] dieron la voz de alarma sobre dos amenazas: las enterobacterias resistentes al carbapenem (carbapenem-resistant enterobacteriaceae, CRE) que, cuando entran en el torrente sanguíneo, matan casi al 50% de los pacientes hospitalarios infectados; y la Shigella, una bacteria muy contagiosa que quienes viajan al extranjero con frecuencia traen a casa y ahora es resistente a varios antibióticos comunes, lo que suscita temores de un brote epidémico en EE.UU.
La Organización Mundial de la Salud y la Unión Europea llaman al ascenso de las bacterias resistentes una de las crisis de salud más serias, lo que nos coloca al borde de una “era post-antibiótica”. En junio, el presidente Obama convino un foro sobre la crisis en la Casa Blanca, al que asistieron 150 organizaciones, incluida Consumer Reports. Y su presupuesto propuesto para el año 2016 incluyó $1,200 millones para combatir las infecciones resistentes.
Un nuevo enfoque respecto de los antibióticos
“Tenemos que actuar ahora para revertir este problema”, dice Thomas R. Frieden, M.D., director de los CDC. “Si perdemos la capacidad de tratar las infecciones, perdemos la capacidad de ejecutar en forma segura mucho de lo que damos por obvio en la medicina moderna”.
Parte de la solución puede surgir del desarrollo de nuevos antibióticos. Sin embargo, los expertos indican que es incluso más importante que los médicos, los hospitales y los consumidores desarrollen una nueva actitud hacia los fármacos: aprender cuándo deben usarse los antibióticos y cuándo no.
Eso se aplica, incluso, a cómo se usan los fármacos en las granjas: alrededor del 80% de los antibióticos en EE.UU. se les dan a pollos, vacas y otros animales que luego se consumen como alimento; principalmente, para acelerar su crecimiento y prevenir las enfermedades.
Frieden y otras personas dicen que el problema, aunque complejo, es reparable, si actuamos ahora. A continuación, se establece lo que debes saber sobre el uso excesivo de antibióticos y sus consecuencias, y sobre cómo protegerte y cuidar a tu familia:
Para leer el informe completo sobre Superbacterias, visita Consumer Reports.