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El estigma de ser hijo de un asesino

En la popular serie "Criminal Minds", una de las agentes de la Unidad de Análisis del Comportamiento del FBI, Ashley Seaver, es hija de un horrible asesino serial, que mató a 25 mujeres en 10 años. La joven admite que, aunque nunca más vio a su padre —preso de por vida— y jamás leyó sus cartas, no puede odiarlo: "es un asesino, pero es mi padre", confiesa en uno de los capítulos, entre lágrimas.

Esta escena de ficción existe en la vida real de hijos de asesinos, que deben confrontar una realidad difícil de digerir: la figura que debía modelar sus vidas resultó ser un criminal.

| Foto: THINKSTOCK

Puntos clave

Estos niños deben crecer y convertirse en adultos con el estigma de ese linaje de sangre, y, según sus propios relatos, han tenido que cambiar de ciudades, nombres y hasta historias personales, para poder tener una vida "normal".

"La hija del sospechoso de detonar las bombas en Boston va a crecer y a darse cuenta que su comunidad ve a su padre como a un terrorista. Y luego se va a preguntar: '¿llevó yo misma esa violencia en la sangre?'", reflexionó Melissa Moore en una entrevista con la cadena NBC. El padre de Moore, Keith Jesperson, está preso por haber matado a ocho mujeres entre 1990 y 1995.

Las mató en los mismos años en que Melissa pasaba las vacaciones con él, entre sus 10 y 15 años. Jesperson fue conocido como el "Happy Face Killer", porque enviaba a los policías notas con el dibujo de un rostro sonriente cada vez que mataba.

Melissa Moore sabe de antemano el recorrido que transitará Zahara Tsarnaev. Ella, junto con su madre y su hermana menor, tuvo que mudarse de ciudad, de colegio y de vida: sus amigos la aislaron cuando los crímenes de su padre salieron a la luz. Uno de sus sueños se cumplió cuando, ya de adulta y al casarse, pudo cambiar su apellido. "Hice una investigación en todo el árbol genealógico de mi familia para rastrear raíces de violencia, enfermedad mental, odio. No encontré nada. El único criminal fue mi padre", aseguró en la entrevista.

Es una paradoja insoportable el saber que las mismas manos que alzaron a la hija con dulzura fueron usadas para estrangular a las víctimas.

La médica forense de Chicago, Helen Morrison, quien estudió a 130 asesinos seriales, admite que la única solución para los hijos, la familia que deja el asesino atrás, es alejarse lo más posible de la escena del crimen. "Y deben cambiar el nombre, nadie olvidará el apellido Tsarnaev", asegura la experta.

Sandra Brown, del Institute for Relational Harm Reduction & Public Pathology Education, afirma que los hijos de asesinos pueden sanar y llevar una vida normal, si aceptan su dolor y la terrible realidad de que el padre fue un monstruo.

Para Moore, se trató de 15 años de ir a terapia casi a diario. De casarse con un buen hombre, tener dos hijos, escribir un libro, "Shattered Silence". Finalmente hacer pública su historia de dolor.

Sin embargo, el nuevo desafío, confiesa, se presentó cuando su propia hija pequeña le preguntó: "¿Mami, por qué no conozco a mi abuelito?".