Muchas veces los padres dicen "mi niño es flojo", para describir una actitud que puede ser nueva o persistente: se atrasa en las tareas de la escuela, no tiene interés en el deporte, o no le entusiasma estar con sus amigos.
Pero, ¿podría ser algo más que un estado temporal de pereza o flojera? Qué dice la psicología, y cómo pueden ayudar los padres.
Todos los niños pierden en algún momento la motivación. Y es algo normal, quizás cierta frustración por una baja calificación, alguna molestia física que no es de cuidado, tal vez porque tomaron mucho helado, o algo aún más simple: están aburridos.
Pero este sentimiento suele ser pasajero, y rápidamente el niño podrá volver a enfocar en algo que le gusta, y a prestar atención en la escuela.
Sin embargo, cuando esta actitud persiste, y los padres empiezan a ver que esas calificaciones siguen bajas, o que el niño o niña parece no tener energía, prefiere estar en el sofá viendo la televisión a hacer algo que usualmente lo entusiasma, puede ser un signo de que algo más está pasando.
Y lo primero es reconocerlo.
Los padres, que están súper ocupados, agobiados por el trabajo, las obligaciones dentro y fuera de la casa, cometen muchas veces un error frecuente: encasillar al niño. "Mi hijo es flojo, o vago, o no le interesa estudiar". Esa etiqueta tal vez ayuda al padre a barrer el problema bajo la alfombra por un tiempo, pero puede afectar mucho la autoestima y el desarrollo del niño como persona.
Reconocer que algo le está pasando al niño es importante para, primero, buscar ayuda, ser proactivo, y, segundo, modificar las propias reacciones ante un hijo que muestra una "muy baja energía".
¿Qué pueden hacer mamá y papá?
Los padres conocen bien a sus hijos, Si consideran que esta situación de desgano ya cruzó la línea de lo normal, la primera acción es hablar con el pediatra, quien determinará qué hacer para descartar que el niño no tenga una afección de salud que le haga sentirse cansado, sin energía.
El exámen del médico también podrá indagar en la salud mental del menor, y, de ser necesario, derivarlo a un especialista.
Comunicarse con la escuela también es crítico. Por fuera de los padres, los maestros son los que están cerca del niño la mayor parte del día. Pueden ayudar y observar cosas que incluso los padres pueden no ver. Por ejemplo, una situación de acoso (bullying) en la escuela, que posiblemente se refleje con síntomas que el niño presenta en la casa.
Además, las acciones en el hogar son constructivas y ayudarán al niño a salir adelante. Una esencial: lograr un ambiente familiar mentalmente sano y amigable, si la vida familiar es hostil y poco tolerante, puede ocurrir que el niño pierda energía. Entonces, padres, manos a la obra:
Hablar con el niño. Aunque a veces parezca que los hijos se cierran en sí mismos y no tienen interés siquiera en conversar, en realidad ese silencio puede revelar el mensaje opuesto: quiero hablar pero tú tienes que dar el primer paso. Acercarse a charlar sin reclamos o reproches puede ayudar mucho a empezar a dilucidar qué está ocurriendo.
Recordar que no todos los niños son iguales. Las sociedades suelen establecer estándares, y lo niños sienten esa presión ya a temprana edad: debe ser exitoso en la escuela, marcar goles si juega al fútbol, demostrar algún talento. Pero algo que es obvio suele no tenerse siempre en cuenta, las personas no están cortadas con el mismo molde. No todos los niños son iguales. Por eso, es importante que el padre pueda distinguir si su hijo muestra "flojera", o simplemente tiene un ritmo distinto para realizar sus actividades cotidianas.
Guiarlo para buscar soluciones. Si el niño muestra tristeza o ansiedad ante esta suerte de letargo en el que parece encontrarse, el padre puede ayudarlo mostrando, con el ejemplo, cómo buscar alternativas, soluciones a problemas con los que el niño puede encontrarse. A veces esa "vagancia" es frustración por algo que el niño siente que no le salió bien, que siente que ha fracasado.
Ayudarlo a construir su autoestima. Los niños están construyendo su personalidad, sus fortalezas y debilidades, es muy importante generarle entusiasmo y coraje. Decirle "tú puedes lograrlo, vas a llegar lejos" es un buen ejemplo, Sin embargo, si la frase que sale de la boca de los padres ante una calificación baja es "¡eres un bruto!", el daño puede ser profundo y perdurar.
Empoderarlo con pequeñas responsabilidades. Desde limpiar su habitación hasta organizar la mesa, tener un calendario de tareas domésticas en las que puede ayudar, considerarlo para decisiones caseras como la cena de los fines de semana, puede impulsar su energía, haciéndolo sentirse que forma parte, y que su opinión se toma en cuenta. La pereza a veces puede provenir de no sentirse importante o de sentir que nada tiene valor.
Enseñarle que las cosas las hace para sí mismo. Otra reacción habitual es que el padre le pida al niño que haga algo por él. Le dice que haga la tarea "por mí", que se muestre más activo para que "mamá esté contenta". No es así. El niño puede hacer favores, pero el éxito académico, su vida social activa o su pasatiempo favorito lo debe hacer por sí mismo, porque eso lo hará una persona más plena. En unos años el niño será un adulto responsable de su propia vida, y ese aprendizaje es importante que comience temprano.
Organizar actividades al aire libre. Es más difícil encontrar un sofá o una cama en donde tirarse en el medio de un parque. Los paseos, juegos y reuniones al aire libre pueden ayudar a romper el círculo vicioso de la flojera, y estimular al niño para que corra y respire aire puro.
Limitar el uso de dispositivos electrónicos. Estudios han mostrado que a más horas frente a las distintas pantallas, más alienación y más desgano. Por eso, es prerrogativa de los padres manejar el tiempo en el que sus hijos están mirando televisión o mirando shows en sus teléfonos. De nuevo, cada caso es diferente, y los padres permitirán más o menos horas dependiendo de cómo el niño actúa frente al dispositivo electrónico.
Sacar al niño de ese estado de pereza puede llevar un tiempo y varias intervenciones, por eso, es clave respirar profundo y ejercer la paciencia. El resultado será un niño, y padres, emocionalmente más felices.
Fuentes: APA, Asociación Americana de Pediatría, Fundación Nemours.