La fundación March of Dimes explica que la placenta se desarrolla en el útero y hace llegar alimento y oxigeno al bebé a través del cordón umbilical. Normalmente se desarrolla en la parte superior del útero y permanece allí hasta el momento del parto.
Durante la última fase del parto la placenta se separa de la pared uterina y se elimina a través del canal de parto tras algunas contracciones. Sin embargo, hay veces que la placenta presenta irregularidades y queda firmemente adherida a la pared uterina.
Estas alteraciones se conocen como placenta accreta, que está firmemente adherida al útero, placenta increta, que se adhiere aun más firmemente a la pared muscular del útero y la placenta percreta, que se adhiere al útero y crece a lo largo de él, a veces acercándose a algunos órganos como la vejiga.
Cada año, hay un caso de placenta accreta cada 530 embarazos y se puede detectar mediante ultrasonido o resonancia magnética. Los médicos recomiendan realizar una cesárea y luego una histerectomía (remoción del útero) para prevenir el riesgo de hemorragias que podrían llegar a ser una amenaza para la vida de la parturienta.
Se desconocen las causas que origina la placenta accreta, pero se atribuye a que la embarazada es -o fue- fumadora, tiene más de 35 años, estuvo embarazada anteriormente, o tuvo placenta previa.
Además de provocar suba de peso, la futura mamá corre riesgos de abortar el bebé, que éste no se desarrolle lo suficiente durante el embarazo e incluso que tenga defectos de nacimiento. También puede sufrir hemorragias durante el parto o nacimiento prematuro antes de las 37 semanas de gestación.
Una forma de evitar la placenta accreta es, siempre que sea posible, tratar de inducir el parto normal en lugar de recurrir a una cesárea.