A los 69 años, y luego de dos presidencias, el ex mandatario de Perú, Alan García, iba a tener que enfrentarse a la justicia de su país. Se lo acusaba de haber lavado dinero y recibido coimas de la empresa brasileña Odebrecht, para facilitar un contrato para construir un metro eléctrico en Lima.
García, quien siempre negó los cargos, tenía prohibido salir del país en tanto avanzaba la causa judicial. En noviembre intentó pedir asilo en la embajada de Uruguay en Lima, pero se lo denegaron.
Aislado en su casa, el miércoles 17 de abril, a las 6:30 de la mañana, cuando la policía tocaba a su puerta para arrestarlo, se atrincheró en su dormitorio y se pegó un tiro en la cabeza.
Aunque lo trasladaron de inmediato al hospital, los médicos no pudieron salvarlo.
¿Pudo la vergüenza pública ser un factor desencadenante en el suicidio?
Hace tiempo que los psiquiatras estudian este vínculo. Un estudio de 2010 analiza la relación entre la humillación pública y los intentos de suicidio. En este trabajo, los investigadores estudiaron los casos de personas que, por distintas razones (y como puede haberle ocurrido a Alan García) a los ojos de muchos, habían perdido su estatus público.
De acuerdo con el trabajo, se ha demostrado empíricamente que las personas que sufren de humillación severa pierden su estatus, y se hunden en depresiones profundas, estados suicidas y de ansiedad graves, y hasta sufren síntomas que son característicos del trastorno de estrés postraumático.
El estatus es la posición que una persona tiene en el mundo, en la sociedad, su comunidad, su trabajo. Todos tenemos un status, un término que, desde el punto de vista psicológico, no solo se refiere al rango económico.
En el caso de los personajes públicos como Alan García, este estatus tiene una dimensión mayor. Los logros, así como los errores, caen en la balanza del ojo social, que no siempre perdona. La confianza puede perderse para siempre.
En la era de internet, esta mirada se multiplica a un ritmo veloz y exponencial. La vergüenza y la desazón crecen al mismo ritmo. Y tal vez también las decisiones extremas.
Más allá de ideologías políticas, personalidades como García fueron íconos de su tiempo. Con discursos progresistas, arrolladores palabras, se ganaron el afecto, y los votos, de millones —García gobernó Perú de 1985 a 1990, y de 2006 a 2011— y un espacio en el mapa global.
Según explica el estudio mencionado antes, y la Academia Americana de Psicología (APA), las personas que han sido sometidas a humillaciones severas y públicas con frecuencia experimentan sentimientos de desesperanza e impotencia.
La caída en el imaginario social es estrepitosa. Al carecer de la capacidad de hacer apelaciones efectivas en su propio nombre, en sus mentes no encuentran un camino discernible, y comienza a dominar la sensación de que no hay forma de recuperarse y tener un futuro mejor.
Además, pasar de ser una figura respetada a una vapuleada puede resultar intolerable para una personalidad pública.
En tales situaciones, surge el grave peligro de que el individuo piense que el suicidio es la única salida. La llegada de la policía al hogar de García fue sin dudas un detonante.
En su libro So you've been publicly Shame, el periodista Jon Ronson analiza por qué esta vergüenza pública es hoy más problemática que nunca.
Hoy en día, dice Ronson, las formas en las que podemos avergonzar a quienes creemos que nos ha traicionado —por internet, a través de Twitter, Facebook, Instagram y correos electrónicos— desencadena un nuevo nivel de hostilidad, porque no tenemos que enfrentarnos al objeto de nuestro enojo, o de nuestro abuso.
Para un país, y para su ex mandatario, un juicio público tal vez sea la máxima vergüenza, transmitida en vivo y al mundo entero.
En la era de internet, el ciclo de la vergüenza pública a la compasión pública ha cambiado, alguien vapuleado no siempre puede redimirse ante la mirada colectiva.
El problema, explican expertos, es también la razón de la degradación pública: difícilmente se perdona a un presidente que supuestamente tomo dinero para beneficio propio. La condena permanece entre sus opositores, el perdón entre sus seguidores, y la duda en el medio.
Para el personaje degradado, la muerte por suicidio puede significar la salida final hacia, quizás, un perdón posterior. Más gloriosa que, eventualmente, la humillación de un juicio y, ahora no se sabrá nunca, una condena.
García no es el primer líder latinoamericano que se quita la vida en un momento crítico. El presidente boliviano Germán Busch se suicidó en 1939, tras sobrellevar graves problemas políticos. El presidente de Brasil Getulio Vargas se mató de un tiro en 1952, al enfrentar una revuelta militar. Abrumado por acusaciones de corrupción, hizo lo mismo Antonio Guzmán Fernández, presidente de República Dominicana, en 1982.
Situación en los Estados Unidos
Cada año en los Estados Unidos ocurren 45,000 suicidios, según un nuevo informe de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC). Esta cifra duplica al número de homicidios. Entre los 15 y 34 años, el suicidio es la segunda causa de muerte.
La misma fuente revela que es una tragedia democrática: se presenta en todas las razas, etnias, edades y condiciones sociales. Sin embargo, expertos coinciden en que es prevenible, si se actúa rápido ante las señales de alarma.
Los latinos que viven en los Estados Unidos tienen una tasa de suicidio de 5.8%, representando la causa de muerte número 12 en la comunidad, según datos del Suicide Prevention Resource Center. Entre los diferentes grupos étnicos, los nativos estadounidenses son los que tienen la tasa más alta, superando el 12%.
La National Suicide Prevention Lifeline ofrece ayuda en español. Teléfono: 1-888-628-9454 en español, 1-800-273-8255, en inglés.