En varias ocasiones la Academia Americana de Pediatría ha llamado la atención sobre el fenómeno de uso y abuso de esteroides anabólicos en adolescentes. Preocupa el fenómeno sobre todo por los efectos secundarios de estas sustancias, que las hace muy peligrosas para la salud física y mental.
Entre sus efectos secundarios tenemos: daño hepático, insuficiencia o daño renal, hipertrofia cardíaca (corazón agrandado), presión arterial alta y aumento del colesterol. Aumenta el riesgo a sufrir ataque del corazón y derrame cerebral.
En la esfera mental: cambios del estado de ánimo, paranoia, irritabilidad y predisposición a la a violencia. Los esteroides anabólicos pueden llevar a la adicción, y los consumidores pueden continuar usándolos a pesar de lo costos económicos elevados, y los efectos secundarios.
Estos problemas son frecuentes en las personas que acuden de manera constante a los gimnasios. La obsesión por lograr un cuerpo perfecto y musculoso, y la idea de que todos los medios para lograrlo son válidos, hace que el consumo de esteroides (que promueven el crecimiento muscular) sea un recurso, sobre todo con la esperanza de acelerar los cambios esperados. Llegando a presentar complicaciones sistémicas producto de estos excesos.
La vigorexia es un término que parece haber sido acuñado por Harrison Pope en 1993 para describir a los sujetos masculinos usuarios de esteroides anabolizantes que se auto percibían como pequeños y flacos.
Para el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5®), de la Asociación Americana de Psiquiatría, es una forma de trastorno dismórfico corporal en el que al paciente le preocupa la idea de que su propia estructura física es demasiado pequeña o no es lo suficientemente musculosa.
La edad de inicio suele ser al final de la adolescencia o en la adultez temprana, con un predominio en la población masculina. Es una alteración de origen multifactorial con algunas bases biológicas y sociales (ideales de belleza masculina, de fuerza, etc.).
En la adolescencia, los cambios corporales, la necesidad de fortalecer la autoestima y ser aceptado en un grupo social, favorece y predispone a sentimientos de inseguridad y rechazo a su imagen corporal. En especial cuando cree no cumplir con las expectativas estéticas del grupo, con la consiguiente búsqueda de manera compulsiva de la imagen física deseada.
El tratamiento ha de ser multidisciplinario, el objetivo inicial es restaurar la salud física y la autoimagen. La terapia psicológica (cognitivo-conductual es de las más exitosa) y puede ser necesario psicofarmacoterapia en algunos casos.