Nunca la gente jugó tanto ni habló tanto de seis numeritos que definitivamente cambian la vida de pocos afortunados. En especial porque el sábado 9 de enero nadie los tuvo: el pozo del Powerball —un juego de lotería del que participan 44 estados y Washington, DC— sigue vacante y crece a 1.3 mil millones de dólares.
¿Cuál es el motor de esta pasión por jugar, especialmente cuando hay mucho dinero en juego? La dopamina, un químico que generamos en nuestros cerebros y que está asociada con la recompensa, el placer y la adicción, explica la National Library of Medicine.
Esta sustancia muchas veces se relaciona también con la frustración, que en términos de Powerball se traduce en esta estadística: las probabilidades de ganarlo son 1 en 292 millones.
"En los jugadores, a nivel ceberal, la dopamina navega a través de las neuronas (las células del cerebro) a niveles más altos de lo normal, lo que motiva a gastar en juego", explican expertos de la Universidad de California en San Francisco.
Durante experiencias de placer y ansiedad, la dopamina es como si invadiera el cerebro, urgiendo a las personas a repetir el acto, en este caso, comprar un Powerball.
En los seres humanos, a diferencia de las computadoras, el acto irracional de comprar tickets sin parar no descansa en la seguridad de ganar sino en el simple deseo. "Una computadora jamás gastaría si no existiera alguna chance de ganar".