El desayuno, el almuerzo o la cena no siempre son algo asegurado para los adolescentes hispanos en los Estados Unidos. Un estudio revela que el 42% sufre lo que se llama "inseguridad alimentaria", que se define como "la interrupción del consumo de alimentos o de los patrones de alimentación debido a la falta de dinero y otros recursos".
La inseguridad alimentaria no solo puede causar problemas físicos, sino también emocionales y del desarrollo. En una etapa de crecimiento crítico como es la adolescencia, la carencia temporal o permanente de nutrientes puede ser muy dañina.
Según la Academia Americana de Pediatría, por lo general los niños comienzan a sentir un apetito voraz a partir de los 10 años. Durante los años de la adolescencia, el cuerpo demanda más calorías que en cualquier otra etapa de la vida. En total, necesitan a diario:
- Los niños cerca de 2.800 calorías
- Las niñas alrededor de 2.200 calorías
Para llegar a esa cifra diaria, un adolescente debe comer literalmente de todo: frutas, verduras, pero también proteínas (carne, pollo, pescado), legumbres y granos integrales.
Que falten alimentos puede generar un déficit nutricional que, si persiste en el tiempo, puede convertirse en un problema de salud.
El hallazgo del 42% de jóvenes hispanos en riesgo alimentario surgió de una encuesta realizada con 1.362 adolescentes, en el marco del mega estudio Study of Latino Youth.
De esa cifra, el 10% vive en hogares con inseguridad alimentaria extrema. Comparados con sus pares en hogares en donde se come bien todo el tiempo, estos jóvenes viven mayor estrés, están propensos a más enfermedades porque sus sistemas inmunes se debilitan, bajan su rendimiento académico y tienden a no practicar deportes.
Son muchos los factores que pueden disparar la inseguridad alimentaria. La Oficina de Prevención de Enfermedades y Promoción de la Salud del gobierno federal de los Estados Unidos, destaca la pérdida de empleo de un miembro de la familia, o la discapacidad, el estatus migratorio y la falta de una red de apoyo familiar, o a nivel de la comunidad.
Incluso en donde vive la familia influye en su alimentación. Zonas rurales, o vecindarios de bajos ingresos, cuentan con menos mercados grandes —que tienen más opciones de alimentos saludables—, y dependen de tiendas más pequeñas en donde la oferta de productos es menor y de menos calidad nutricional. A estas zonas se las conoce como "desiertos alimentarios".
En total, en el país, unos 17.4 millones de hogares viven bajo inseguridad alimentaria, la mayoría en comunidades minoritarias.
Soluciones
Tres programas federales, el National School Lunch Program (NSLP), el Women, Infantas and Children Program (WIC) y el Supplemental Nutrition Assistance Program (SNAP, también conocido como food stamp) buscan cerrar esta grave brecha nutricional.
Más de 44 millones de familias reciben food stamps.
Sin embargo, el registro en estos programas ha bajado desde el comienzo de la administración Trump. Familias con estatus migratorios mixtos temen que su información se utilice para deportar a miembros de la familia. E incluso personas que están proceso de obtener su residencia o ciudadanía tienen miedo que recibir ayuda del gobierno ponga en riesgo el trámite.
La administración Trump está en proceso de hacer más rígido el concepto de carga pública, por el cual una persona que haya usado beneficios del gobierno puede verse como una "carga". Esto podría derivar en que se deniegue su solicitud de residencia o ciudadanía. Pero este cambio en la norma todavía no está en vigente, si es que llega a estarlo porque ya ha sido desafiado por grupos pro inmigrantes.
Las escuelas también son esenciales en esta cadena de ayuda. La mayoría a lo largo de todo el país ofrece almuerzos a precios reducidos para familias en apuros económicos.