Lo que sigue es el testimonio de Lou Ortenzio, un médico de West Virginia, condenado por recetar opioides a sus pacientes, tal como se lo contó a Beth Schwartzapfel, periodista de The Marshall Project.
"Yo era médico general en Clarksburg, West Virginia, y solo quería ayudar a la gente. Pensaba que los ayudaría si les daba lo que ellos pedían. Ellos necesitan ese medicamento, pensaba. Luego los pacientes perdían sus medicinas, se les caían accidentalmente en el lavabo. O perdían su bolso y como ya no tenían medicamentos, tenía que hacer otra receta. Entonces se corrió la voz: yo era una buena persona y trataba de cuidar a todos. De un momento a otro, al parecer todos los pacientes tomaban medicamentos controlados.
Empecé mi residencia en Clarksburg en 1979. En 1982, establecí junto a otros dos colegas un consultorio de medicina familiar a tiempo completo. Tratábamos de brindar atención a los pacientes en el consultorio y en el hospital. Atendimos nacimientos. Muchos médicos generales se retiraron en ese entonces y nos referían a sus pacientes. Los tres estábamos muy ocupados. En el consultorio siempre estábamos al límite.
Ejercer la medicina era muy difícil y soportar el estrés de la vida lo era aún más. Tenía muestras gratuitas de medicamentos para el dolor que podía tomar, Lorcet y Vicondin precisamente. Había probado por curiosidad el Valium cuando era adolescente, y en los primeros años de mi carrera, tomaba algunos medicamentos cuando tenía dolor de cabeza, pero fue en los años noventa cuando todo empeoró.
Llegué al punto en que recetaba a mis pacientes para que surtieran las recetas y luego me trajeran los medicamentos. Luego sentí que no tenía suficientes pacientes en los que pudiera confiar para seguir haciendo lo mismo, así que escribía recetas falsas y las surtía yo mismo.
No sabía si iban a descubrirme. De todas maneras, no me importaba. Tenía que tomar hidrocodona. Para mí, era incluso más importante que respirar. Tomaba 40 píldoras diarias, 25,000 miligramos de acetaminofén cada día. Una dosis tóxica.
Con mi adicción y la presión de tratar de atender a mis pacientes, me volví muy descuidado al ejercer la medicina. Recetaba de manera excesiva a mis pacientes. Estos medicamentos eran muy peligrosos y éramos muy imprudentes con ellos. Yo fui muy imprudente con ellos. Lo que empezó como una receta de 60 píldoras de hidrocodona, en un mes se convirtió en una receta por 180. No tenía muchos límites y yo no sabía decirles no a las personas.
Medicamentos en exceso
En general, la práctica de la medicina en Estados Unidos tiende a recetar medicamentos excesivamente y eso nos puso en una situación muy difícil. A finales de los noventa, apareció la noción del “quinto signo vital” y esto nos llevó a considerar el dolor al mismo nivel que el pulso, la presión arterial, la temperatura y la respiración.
Todas las organizaciones profesionales de médicos y hospitales nos enseñaron a creer que debíamos, y podíamos controlar el dolor, de manera que los pacientes no lo sintieran. Asumí esta responsabilidad: Me convertí en adicto a los medicamentos y mi capacidad de razonar había desaparecido. Pero ya todo estaba dispuesto.
Y además, las compañías farmacéuticas difundieron entre nosotros la idea de que los medicamentos opiáceos de liberación sostenida como el Oxycontin no eran adictivos. El problema no es el estado de equilibrio, las altas y bajas lo son, doctor. Eso no tenía mucho fundamento. Pero, ¿qué sabíamos nosotros? Colegas en los que confiábamos eran quienes nos decían esto.
No tuvimos ninguna formación sobre adicción
No sabía nada sobre la recuperación, ni sobre la adicción. No tuvimos ninguna formación al respecto. También ignoraba todo sobre el funcionamiento del cerebro. Sabía que el alcohol era peligroso. Sabía que AA (Alcohólicos Anónimos) era un buen programa. Sabía que NA (Narcóticos Anónimos) era para adictos a las drogas. Envié a las personas allá, pero nunca pensé en ir yo mismo. Pensaba que estos programas eran para otras personas.
Estaba luchando: mi matrimonio se desmoronaba y mis hijos se alejaron. Trabajaba todo el tiempo. Sabía que luchaba con la adicción.
Una noche, era tarde y estaba atendiendo a un paciente en cuidados intensivos. Conocí a una enfermera muy pacífica y apacible. Hablé un poco con ella acerca de mi lucha contra la adicción. Ella dijo que oraría por mí. A medida que conocía más a Donetta, ella compartió conmigo la buena nueva de Jesucristo. En la primavera del 2003, entregué mi vida a Cristo. Ese otoño, con la ayuda de Dios y con muchas personas orando por mí, estaba libre de drogas. Había tratado de desintoxicarme antes, pero no tuve mucha suerte. Ser adicto a las drogas es horrible. Esta vez fue fácil. Donetta y yo nos casamos en enero del 2004.
Y luego, de golpe, los federales vinieron y allanaron mi consultorio.
Había causado un daño terrible. Luego hablaron de encarcelamiento y delito grave, palabras que no me eran familiares. Tal vez, al momento de recetar era muy descuidado, tal vez era adicto, pero pensé que habría una manera de salir de esto sin perder la licencia e ir a prisión. Cuando dijeron “Los Estados Unidos de América contra Louis Ortenzio,” fue increíble, como si vinieran a atacarme con tanques. Y básicamente lo era.
Culpable y sin licencia médica
En marzo de 2006, me declaré culpable de fraude con recetas médicas y fraude en la atención médica. Muchas personas le escribieron al juez. Estuve en reclusión domiciliaria durante seis meses, y cinco años en libertad condicional y restitución por fraude. Aún estoy pagando $200,000, $100 cada mes.
Mi licencia médica fue revocada. Trabajé cortando el césped en una cancha de golf. Vendí suministros para oficina. Entregué pizza durante dos años y medio. Me gustaba mucho entregarlas. Entregué pizzas en casas a las que solía llamar cuando era médico. Tocas la puerta, tienes comida caliente en tu bolsa y los niños gritan entusiasmados "¡Llegó la pizza!" Les das la comida, ellos te pagan y te dan una propina y luego te vas.
Tuve que aceptar el hecho de que receté medicamentos en exceso a personas y que algunas tuvieron una sobredosis, e incluso, algunas murieron. Tenía que hacer las paces con las personas.
La gente me decía, “Doctor, cuando supimos que usted también sufría con la adicción como nuestros familiares, no creemos más que sea responsable. Creíamos que era el responsable, pero lo perdonamos. Entendemos que es fácil caer en este problema.”
No quería ir a AA o a NA y tener que decir, “Me llamo Lou y soy un adicto”. Había dejado de ser un adicto. No sabía lo que era. Jesús me liberó de mis problemas con el abuso de sustancias. Pero no me liberó de los problemas subyacentes que alimentaron mi adicción.
Conocí al director de la Misión Clarksburg y me inscribí para ser director del ministerio en nuestro refugio para desamparados. Si los residentes de mi misión iban a celebrar la Recuperación, me encargaría de supervisarla. Al trabajar en los pasos, me di cuenta de que tenía todos estos problemas por complacer a la gente, por ser una persona nerviosa y ansiosa.
Empecé a participar activamente en la Recuperación y encontré mucha paz en ella. Esta semana trabajamos en la formación de 35 compañeros entrenadores de recuperación. Asisto a la prisión federal de Morgantown, soy un criminal federal que va a la prisión federal para celebrar la recuperación allí.
No he consumido drogas en 14 años y 11 meses. Dios tiene un nuevo plan para mí, un trabajo más importante del que tuve como médico familiar."
Lou Ortenzio tiene 65 años y es director ejecutivo de la Misión Clarksburg en Clarksburg, West Virginia.
La historia fue publicada por The Marshall Project (en inglés): "I Was a Doctor Addicted to Pills. So Were My Patients".