Para Margo Wölk, cada bocado era una ruleta rusa porque si llevaba el tenedor a su boca, la comida podría haberla matado. En aquél momento tenía 25 años y era una de las 15 empleadas en la Guarida del Lobo, el cuartel prusiano de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. Su tarea consistía en probar la comida del Führer para verificar que no estuviera envenenada.
En una entrevista con el canal televisivo RBB de Berlín, la única sobreviviente de estas catadoras es esta viuda de 96 años (foto abajo). Recuerda que después de cada comida, ella y sus compañeras estallaban en un llanto que mezclaba alegría y desesperación, agradecidas por estar vivas.
"La comida siempre era vegetariana", recuerda la mujer. “Había rumores constantes de que los británicos planeaban envenenar Hitler. Nunca comía carne. Siempre arroz, fideos, pimientos, guisantes o coliflor”. Algunas de sus compañeras lloraban cuando empezaban a comer porque tenían mucho miedo. “Teníamos que comer todo los que nos servían y después esperar una hora”, relata.
Todos los días, un guardia de la SS las recogía en un autobús especial para llevarlas a trabajar en el cuartel. Pero Margo nunca vio personalmente a Hitler, y tuvo la suerte de ser la única del grupo de catadoras que logró sobrevivir: un oficial de las SS la ayudó a escapar, pero el resto de sus compañeras fueron detenidas y fusiladas durante el avance del Ejército Rojo en enero de 1945.
Las ironías del destino hicieron que Hitler muriera envenenado. Un médico de las SS le había indicado que llegado el momento, lo mejor para inducir su muerte era ingerir cianuro y después pegarse un tiro en la sien. Consiguió el veneno para él y su esposa Eva Braun, y cuando supo que llegaría el fin de todos modos, ambos ingirieron la sustancia y Hitler se disparo en la sien con su propia pistola. Eva en cambio, murió envenenada.
El cianuro, “ese veneno con olor a almendras amargas” siempre fue el preferido por Agatha Christie para sus novelas policiales. También por los espías que siempre llevan una dosis consigo para poner fin a sus vidas y no ser capturados. Es capaz de matar en minutos, se encuentra en la naturaleza y también se lo produce en forma industrial.
El arsénico también es conocido como “el rey de los venenos” por su potencia y discreción, ya que era imposible identificarlo. Pero con la aparición de un test desarrollado por el químico James Marsh, que lleva su nombre, se puede detectar su presencia en varias sustancias. Antes de ello, logró poner fin a la vida de Napoleón Bonaparte y Simón Bolívar.
Otro de los venenos “célebres” es la cicuta, que proviene de una planta utilizada por los griegos para matar a sus prisioneros. Se hizo conocido al poner fin a los días al filósofo griego Sócrates, en 399 BC, tras consumirla en una infusión bien concentrada.
Un veneno que se puede decir que está “de moda” es la tetrodotoxina, presente en dos criaturas marinas: el pulpo azul y el pez globo. El pulpo contiene una dosis de veneno capaz de matar a 26 humanos, su mordedura es indolora y el efecto se nota cuando comienza a desarrollarse una parálisis corporal.
En cuanto al pez globo, en estos días se ha convertido en un plato muy codiciado, que además de sabor aporta la incertidumbre de no saber si se podrá sobrevivir tras consumirlo. Esto parece hacerlo especial y curiosamente preciado, pero si está mal preparado o no se extrae el veneno de la forma adecuada, puede convertirse en la última cena.
El mercurio es otro veneno con el que solemos convivir a diario: el del termómetro es inocuo si no se lo manipula directamente, el que se incluye en las baterías es letal si se lo ingiere. Hay una tercera fuente que es la de los peces de aguas profundas como el atún y el pez espada, por eso se debe limitar su consumo a no más de 6 onzas (170 gr) a la semana. Mozart murió por consumir píldoras de mercurio, buscando un tratamiento para tratar su sífilis.
Veneno y cosmético: la toxina botulínica es un veneno capaz de producir parálisis muscular y del sistema respiratorio, y con ello producir la muerte. Curiosamente, es la misma sustancia que se utiliza en inyecciones para tratamientos cosméticos.
¿Por qué matan los venenos?
Algunos actúan como anticoagulante y causan hemorragia en varios órganos internos. Estos reducen la presión sanguínea e impiden la normal oxigenación de las células, con consecuencias letales para el corazón. Otros venenos son supresores del sistema nervioso central e interfieren en funciones básicas como la respiración, que ingresa aire al organismo mediante la contracción involuntaria de los pulmones.
Otro grupo de venenos interfiere con los impulsos eléctricos o reacciones químicas que hacen funcionar el corazón. El mismo comienza a latir en forma irregular hasta que se detiene. Una última clase actúa tras dañar las células de los riñones y el hígado, que se vuelen incapaces de filtrar la sangre que llega al resto del cuerpo a través de la corriente sanguínea.
Muchos venenos disparan en el cerebro un acto reflejo de vomitar, y con ello le dan al organismo la posibilidad de expeler el veneno y preservar la vida.