Durante años hemos estado buscando al culpable de las libras de más y las evidencias apuntan a que se trata del azúcar, las grasas o las proteínas. Ahora bien, no hay grandes investigaciones experimentales sobre este asunto, pues resulta complicado llevar a cabo estudios cuyos participantes coman ciertos alimentos hasta comprobar cuánto engordan. Pero un grupo de investigadores de China encontró la manera de hacerlo.
Los especialistas del Instituto de Genética y Desarrollo Biológico de la Academia China de Ciencias se fijaron como objetivo determinar el impacto de los macronutrientes en la regulación del peso corporal. Partieron de la premisa de que el aumento de grasa, el de carbohidratos (azúcares) o la reducción de proteínas en las dietas puede estimular el consumo excesivo e impulsar la obesidad, según evidencian otras investigaciones.
Comenzaron entonces su experimento: ya que no podían trabajar con personas, por una serie de implicaciones prácticas y éticas, definieron 29 tipos de dietas y las asignaron a cientos de ratones adultos de sexo masculino. Los animales se alimentaron según el menú que les correspondía durante tres meses, que equivalen a casi nueve años humanos, y tenían la libertad de moverse dentro de sus jaulas.
Algunas dietas aportaban hasta el 80% de sus calorías a través de grasas saturadas e insaturadas, con pocos carbohidratos; otras incluían pocas grasas y muchos carbohidratos refinados; también había menús con porcentajes extremadamente altos o bajos de proteína. Al terminar el período de tres meses, los investigadores midieron peso y composición corporal de los ratones y examinaron el tejido de su cerebro para precisar si había alteraciones en la actividad genética.
La respuesta al enigma
Los hallazgos, que fueron publicados en Cell Metabolism en septiembre, indican que solo algunos ratones se volvieron obesos: los que habían estado en una dieta con muchas grasas. Los ratones con sobrepeso también presentaron cambios en la actividad de ciertos genes en áreas del cerebro relacionadas con el procesamiento de recompensas. Por ejemplo, las croquetas grasosas los hacían felices.
Las otras dietas no produjeron un aumento significativo de peso ni cambios en los genes, ni siquiera las que eran ricas en azúcar. Y los que estuvieron en dietas superabundantes en grasa consumieron menos alimentos que todos los demás, posiblemente, porque no podían ingerir tanta grasa. Cuando el experimento se repitió usando otras razas de roedores, se obtuvieron resultados similares: los que llevaron dietas relativamente altas en grasa se volvieron obesos.
“Al parecer, consumir dietas altas en grasas, si no son extremadamente altas en grasas, lleva al aumento de peso, si eres un ratón”, dijo el supervisor del estudio John Speakman, profesor en la Academia China de Ciencias y en la Universidad de Aberdeen, Escocia. Los autores también creen que las comidas grasosas estimularon y alteraron partes de los cerebros y que ese cambio hizo que los animales desearan tanto la comida grasosa que ignoraron las señales de saciedad de su cuerpo.
Aunque el estudio fue hecho con ratones, los resultados sirven como indicadores. Podemos resumir que ni el azúcar ni la falta o exceso proteínas nos hacen engordar, que si consumimos grasas en extremo llega un momento en que comemos menos porque el cuerpo ya no puede ingerir más de estas sustancias y que si llevamos una dieta rica en grasas, pero no excesivamente grasosa, sí aumentaremos de peso.
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