Es cierto que Drácula le teme, y que la cocina hispana lo ama. Es que el ajo aporta cosas buenas desde muchos ángulos, una de ellas, claro, espantar vampiros. Es componente obligado del sazón, junto con el ají rojo y la cebolla, pero además, desde épocas milenarias se utiliza como antiséptico y como vasodilatador.
Como explica la periodista colombiana Yamile Humar en su libro “Virtudes silenciosas de las plantas” (2005) “los egipcios utilizaron el ajo en las comidas que daban a los esclavos ya que suponían que éste aportaba energía a quienes tenían la ardua tarea de construir las pirámides… en la tumba de Tutankamón se encontraron bulbos de la planta que tenían como fin alejar a los malos espíritus”.
La autora describe las múltiples propiedades de este bulbo. “Además de sabroso, el ajo tiene sales minerales como el azufre, silicio y fósforo, lípidos, vitamina C, azúcares, proteínas, compuestos azufrados y ciertas propiedades antibióticas que previenen la acción de hongos, bacterias y virus. Gracias a su composición evita el endurecimiento de las arterias, los infartos, la gota, las úlceras, la tos, el asma, los parásitos intestinales y el reuma. Además, disminuye la presión arterial”.
Un dato esencial: la mayoría de las virtudes que el ajo aporta a la salud se desvanecen si se lo cocina. Algunas ideas para prepararlo crudo:
- Cortado bien fino (como lo cortaban los mafiosos para preparar sus salsas en la cárcel en la película de Martin Scorsese “Buenos Muchachos”) y ponerlo en la salsa de tomate luego de preparada.
- Combinado con tomatitos cherry y palmitos cortados en lonjas.
- Sobre anchoas o sardinas con un chorrito de aceite de oliva. Triturado en el popular y frío gazpacho español.
- Sobre pimientos asados, champiñones y verduras cocidas.
- Frotado sobre pan tostado, como en las bruschettas.
- Y en la salsa de pesto, con nueces, albahaca y oliva.
Y un secreto del chef español Karlos Arguinaño: luego de cortarlo nunca se lave las manos frotándoselas. Colóquelas juntas, sin frotar, bajo el chorro de agua. Luego de unos segundos bajo el agua, el aroma del ajo en las palmas de la mano habrá desaparecido por completo.
Fuentes: Virtudes silenciosas de las plantas, Karlos Arguiñano www.karlosnet.com