El trágico accidente de Paul Walker todavía vuelve una y otra vez a nuestra mente, pero el actor no es la única víctima de la adicción a la adrenalina, una debilidad que realmente sufren algunas personas, según los psicólogos. ¿Por qué se llega a ser adicto al peligro extremo, a la velocidad?
Morir queriendo vivir
Buscar la adrenalina que genera el vértigo es un pasatiempo fatal. La muerte de Walker es otro ejemplo del poder que la velocidad puede ejercer sobre la mente de las personas, incluso, muy inteligentes, dice Brian Donovan en CNN, autor de “Hard Driving”, sobre la vida del corredor Wendell Scott.
Donovan es periodista y campeón de la Asociación Oriental de Automovilismo en EE.UU. y cuenta su experiencia. “Nunca olvidaré ese día en que experimenté por primera vez una sensación intensa -y probablemente adictiva- que se volvería una poderosa fuerza en mi vida: la velocidad”, confesó.
"Las carreras llevan a un piloto a un estado mental en el que la adrenalina y la concentración provocan un estado alterado profundo", dijo el corredor de Nascar Wendell Scott. "Es como ser adicto a las drogas o al alcohol. Entre más lo haces, más te gusta", agregó.
Otro piloto, Larry Frank, describió a las carreras como "una adicción… no sabía que existiera algo además que este pequeño mundo de las carreras. Después de hacerlo, sin importar que hubieras ganado o perdido, si sólo habías corrido intensamente, sencillamente te sentías limpio, y muy bien" dijo.
Así como el juego de azar o el alcohol son consideradas adicciones, pisar el acelerador a fondo también lo es. “Toda conducta adictiva implica que el sujeto tiene la intención de compensar los displaceres de la vida, obteniendo placer por otro lado”, dijo Fernando Dolce, psicólogo argentino.
Steve Irwin tenía 44 años cuando murió por realizar otra de las tantas acciones peligrosas que acostumbrada. Fue en 2006 y nadando en aguas peligrosas, una manta raya clavó su púa venenosa en el pecho del presentador. Lo llamaban “el cazador de cocodrilos”, y vivió buscando el peligro.
Un adicto a la adrenalina pone su vida en peligro, y puede significar una conducta de riesgo si la persona necesita todo el tiempo experimentar esa emoción por ser la única forma de sentirse viva, dice José Antonio Miranda Hernández, psicólogo de la Universidad del Valle de México.
¿Qué es la adrenalina?
Él la define como la sustancia que segrega el cuerpo al experimentar ciertas emociones y que tiene factores psicológicos que pueden motivar a la persona, los cuales pueden ir desde saltar al vacío, manejar a gran velocidad o incluso sentirse presionado todo el tiempo en el trabajo o la escuela.
Estrés positivo
“Hablaríamos de un estrés positivo que genera adrenalina y que hace que el organismo se mueva”, dice Miranda Hernández. En realidad, la adrenalina es una hormona secregada por las glándulas suprarrenales bajo situaciones de alerta o emergencia. Actúa sobre el músculo, el tejido adiposo y el hígado.
Relaja la musculatura de las vías respiratorias para que ingrese más aire a los pulmones, hace latir más rápido y con más fuerza el corazón; las pupilas se dilatan, la velocidad de la respiración aumenta y el sistema digestivo se retarda, entra más sangre a los músculos y sube la presión arterial.
¿Cuándo es una adicción?
“Se vuelve una adicción cuando la persona necesita vivir esto de manera cotidiana, es una cuestión similar al tabaquismo o el alcoholismo” dice Miranda Hernández. La persona puede estar tratando de llenar un vacío interior con esta “inyección” de energía, lo que puede ser muy peligroso para su vida.
Siempre quieren más
“Como sucede con toda droga, el adicto cada vez requiere de una dosis más alta de adrenalina para sentir los efectos que antes le solía producir, lo que se traduce en la necesidad de exponerse a una situación de mayor riesgo en la siguiente ocasión”, afirma el psicólogo Hernández, de México.
Los deportes más extremos
Hay varios, desde el automovilismo, paracaidismo y escalada libre de montañas hasta el street luge (foto) tablas donde el deportista va a 5 cm del suelo a 180 km por hora, el tow-in surf, que es surfear olas altísimas remolcado por motos de agua y heliski: saltar desde un helicóptero a las montañas.
La lista sigue
El buceo en cuevas es uno de los más arriesgados por la falta de visión, luz y aire. Casi 500 personas han muerto al bucear en cuevas de Florida, el Caribe y México. Otros deportes extremos son la corrida de toros y el salto base: tirarse desde edificios, puentes o acantilados con un paracaídas.
Aventurero pero no adicto
La diferencia entre vivir intensamente y ser un adicto a la adrenalina, está en que este último no evalúa las consecuencias que pueden producir sus actos: lo fundamental es la satisfacción a nivel biológico y psicológico. El problema es que no pueden dejar de hacerlo ni disfrutar de otra forma.
Similar al orgasmo
Miranda Hernández explicó que este tipo de individuos requieren de la secreción de adrenalina “porque les produce efectos químicos a nivel del organismo que se traducen en sensaciones que evocan a las del orgasmo”, dijo. Uno de los problemas es que no pueden establecer límites.
Wingfly , el vuelo fatal
En agosto de 2013, Álvaro Bultó, un presentador español murió tras sufrir un accidente en los Alpes practicando wingfly u “hombre pájaro”, un deporte muy peligroso en el que los participantes aprovechan las corrientes aéreas para realizar descensos a toda velocidad, equipados con un traje especial.
Caída libre mortal
El 4 de diciembre de 2013, 2 paracaidistas murieron en Arizona, EE.UU. mientras practicaban caída libre, cuando les faltaban 70 metros para aterrizar. La intrépida idea de lanzarse al vacío con un paracaídas es otro deporte de alto riesgo que genera adrenalina, pero el precio es muy alto.
Se ven como valientes
“El tratamiento de esta adicción es con terapia farmacológica y psicológica, pero el principal problema es que el adicto no se ve como tal: la gente lo ve como alguien muy valiente” dijo Miranda Hernández. Como consejo, señaló que es positivo vivir experiencias intensas, pero no como una adicción.
Buceo libre
Nicholas Mevoli, 32 años, de Nueva York, trataba de establecer un récord de buceo libre sin tanque de oxígeno y falló. Fue el 28 de noviembre de 2013, él quería llegar a los 236 pies con una sola bocanada de oxígeno y sin ayuda de aletas. A los 30 segundos de salir, perdió el conocimiento y murió.
Peligroso desafío
La competencia fue en el Agujero Azul de Dean, en las Bahamas, el pozo de mar más profundo del mundo. En el deporte de alto riesgo llamado buceo libre o apnea, los buzos se sumergen a grandes profundidades y resurgen con un solo suspiro, evitando equipos respiratorios, como los tanques de oxígeno.